El 28 de abril de 1913, la muy británica Mrs. Emmeline Pankhurts se hartó de los buenos modales, y salió a la calle a reclamar lo suyo. “Lo suyo” no era algo estrictamente personal sino de todas las mujeres. Por eso, rápidamente, Emmeline fue acompañada por una multitud de sus congéneres que reclamaban en las calles de Londres lo que recién se reconocería cinco años después: el voto femenino.
Nació el 15 de julio de 1858, en los suburbios de Manchester. En su casa se había refugiado el exiliado norteamericano Henry Ward Beecher -hermano de la autora de La Cabaña del Tío Tom-, un clérigo que había enfrentado el abolicionismo. En su autobiografía, publicada en 1914, Emmeline Pankhurts recuerda como de niña participaba de las colectas para financiar las campañas contra la esclavitud.
En 1903 había fundado la Unión Social y Política de las Mujeres, una organización que pretendía crear conciencia con publicaciones y actos públicos pero que, pese al apoyo del Partido Laborista Independiente, tuvo un papel meramente declamatorio y testimonial. Tenía cinco hijos pero no se resignó a que sus opiniones quedarán encerradas dentro de los límites de la vida doméstica. Su marido, Richard Pankhurst, un abogado 24 años mayor que ella, no sólo la comprendía sino que también la acompañaba en sus reclamos. Juntos fundaron la Women's Franchise League, que abogaba por el sufragio tanto para las mujeres casadas como para las solteras. Una vez muerto su esposo, ella continuó con su prédica combativa, manteniendo el apellido marital, como manera de honrar la memoria de alguien que desde un primer momento hizo propia esa batalla.
Emmeline Pankhurts daba discursos flamígeros en cuanto lugar le dieran como tribuna: “Nos tienen sin cuidado vuestras leyes, caballeros, nosotras situamos la libertad y la dignidad de la mujer por encima de todas esas consideraciones y vamos a continuar esa guerra como lo hicimos en el pasado; pero no seremos responsables de la propiedad que sacrifiquemos o del perjuicio que la propiedad sufra como resultado. De todo ello será culpable el gobierno que, a pesar de admitir que nuestras peticiones son justas, se niega a satisfacerlas”. Tanta insubordinación no podía quedar sin castigo: fue encarcelada. En lugar de doblegarse, siguió su desafío de la única manera que creyó posible: haciendo una huelga de hambre. Cerca de un mes permaneció sin comer. Cuando los médicos anunciaron la cercanía de su muerte, la presión social y la solidaridad de las mujeres de todas partes del mundo, obligaron a las autoridades a ponerla en libertad. Eso ocurrió el 30 de mayo de 1913, y fue anotado por la prensa inglesa como un triunfo de esta pionera del sufragismo, que había dado visibilidad a una soterrada rebeldía femenina que, a partir de allí, seguiría manifestándose, tomando algunas veces formas dramáticas.
Emily Davison, era maestra de escuela, y era muy conocida militante por el voto femenino, una de las seguidoras más fieles de Emmeline Pankhurts. El 4 de junio de 1913 fue al Derby de Epson. No solía ir a las carreras de caballo, pero ese día fue no para apostar, sino para pegar carteles que exigían reconocer a las mujeres el derecho del sufragio. Luego de hacer una arenga recibida por el público con indiferencia o sonrisas irónicas, se arrojó al paso de los caballos, muriendo a los pocos instantes.
El 1° de diciembre de 1919 Nancy Langhorne causó un revuelo en el Parlamento británico: por primera vez en la historia de Gran Bretaña una mujer formó parte de la Cámara de los Comunes, y su primer discurso estuvo dedicado a la lucha de Emmeline Pankhurts.
En 1999, la revista Time nombró a Pankhurst como una de las 100 personas más importantes del siglo XX, afirmando: “Ella moldeó una idea de mujeres para nuestra época; impulsó a la sociedad hacia una nueva estructura de la cual ya no podía haber vuelta atrás”.
Esa lucha de las mujeres por la plena posesión de sus derechos civiles y políticos, tuvo en nuestro país un hito trascendente: el 9 de septiembre de 1947, día en que se convirtió en Ley el voto femenino. Eva Perón fue una figura fundamental en el advenimiento de esa conquista: “La mujer puede y debe votar, como una aspiración de los anhelos colectivos. Pero debe, ante todo, votar, como una exigencia de los anhelos personales de liberación, nunca tan oportunamente enunciados.” Al promulgarse la Ley, Eva Perón dio en la Plaza de Mayo un discurso memorable: “Recibo en este instante de manos del Gobierno de la Nación la ley que consagra nuestros derechos cívicos. Y la recibo, ante vosotras, con la certeza que lo hago en nombre y representación de todas las mujeres argentinas, sintiendo jubilosamente que me tiemblan las manos al contacto del laurel que proclama la victoria”. La primera votación a la que pudieron acudir las mujeres fue la del 11 de noviembre de 1951, en la que Juan Domingo Perón fue reelecto con el 63,51% de los votos.