cultura
La cocinera que se convirtió en condesa
Jeanne du Barry fue una mujer que rompió el molde de su época, de humilde servidora a amante del hombre más poderoso de Francia.
Jeanne du Barry fue una joven de clase muy humilde, que vivía en el suburbio más pobre de París, hija ilegítima de un cura y una cocinera, que después de conocer al proxeneta de lujo Jean-Baptiste du Barry, acabó convirtiéndose en la amante oficial de Luis XV, quien además le otorgó el título de condesa. Jovial e inteligente, su historia es la de una mujer indomable por las convenciones de la época.
Hija natural de Anne Becú, que se había casado con un funcionario de Hacienda, recibió esmerada educación en un convento, fue vendedora de novedades en la calle Neuvedes-Petits-Champs, bajo el seudónimo Mille Lange. En ese contexto, entabló relación con la pintora Labille y ella la introdujo a un mundo de artistas y personajes “equívocos”. Uno de ellos fue Jean du Barry, un hidalgo de Toulouse que había hecho dinero con los abastecimientos militares. Se convirtió en su amante y tuvo un salón al que acudían personajes de la corte y donde se jugaba fuerte.
Mujer de mente vivaz y despejada, pronto se adaptó a la molicie de aquel ambiente de costumbres refinadas y relajadas y llevó, con la complicidad de su amante, una vida galante, por la que -según se dice- pasaron el vizconde de Boisgelin, el conde de Fitz-James y el duque de Sainte-Foy. Pero Du Barry apuntaba más alto: en la lucha de partidos, contar con la amante del monarca era fundamental. Consiguió que Luis XV tuviese un encuentro, en 1768, poco después de la muerte de la reina, rodeada de una brillante comitiva, en el bosque de Compiegne.
Luis XV quedó inmediatamente seducido y recibió a Jeanne en Versalles, en relativo secreto. Jean du Barry, entonces, la casó con su hermano, el conde Guilhaum, y el rey presentó a la condesa Du Barry en la corte el 22 de abril de 1769. Era de una belleza y de una gracia sin igual; de cabello rubio y ondulado, con grandes ojos azules, cuyo brillo realzaba a su voluntad. Su encantadora alegría siempre resultaba de buen tono y complacía a Luis X, quien sentía la necesidad enfermiza de ahuyentar su hipocondría con las risas de aquella mujer.
La privilegiada posición de Du Barry duró cinco años. Logró hacerse un hueco en la corte, entre los que pensaban que era una prostituta iletrada y los que sabían que congraciarse con ella supone un mayor acceso al rey. Percibía 300.000 libras mensuales, vivía en el ala norte del castillo, tenía su “propia” casa en la calle de la Orangerie, y a veces reunía a su corte en la finca de Louveciennes que le había regalado Luis XV. Reina de la moda, gobernaba con un gusto muy avezado un mundillo de joyeros, perfumistas, ebanistas y artistas, que hicieron su busto y su retrato. Protegió a Marmontel, D´Alembert y Voltaire; resucitó con facilidad y acierto la influencia todopoderosa que había tenido en su momento Madame Pompadour -una de las primeras favoritas de Luis XV-. En derredor de ella - aunque la política le resultaba indiferente-, se agruparon D´Aguillon, Maupeau, Terray, el duque de Richelau y los embajadores extranjeros que querían destacar.
Cuando estalló la Revolución Francesa, Du Barry se retiró a Louveciennes, donde vivió con el conde de Cossé-Bris. Ya su estrella se había apagado. Emigró en 1792 a Inglaterra, donde dio lecciones de francés; pero cometió la imprudencia de regresar a su casa para rescatar sus joyas. Detenida y llevada ante el Tribunal revolucionario, fue condenada a muerte para castigar en ella la memoria de un rey odiado; su humilde origen habría debido salvarle, pero el jurado se mostró insensible, e incluso es probable que viera en ello un agravante. Fue ejecutada el 7 de diciembre de 1793 y no se ha olvidado su postrera súplica: “¡Un momento más, señor verdugo!”.
En 2023, se estrenó Jeanne du Barry, una película en la que la actriz francesa Maïwenn se puso en la piel de la Condesa du Barry, y Johnny Deep en el papel de Luis XV, para arrojar luz sobre este asunto, utilizando Versalles como el contexto perfecto para un relato que bien podría extrapolarse del siglo XVIII a la era contemporánea.