cultura
El nacimiento de las logias
Nuestra ciudad es el resultado de un diseño concebido en detalle por la masonería, una fraternidad armada desde el secretismo.
Los masones fueron, en su origen, los canteros y albañiles que trabajaban en las grandes construcciones medievales. Sus ritos sociales darían lugar, mucho tiempo después, a la masonería tal como nosotros la conocemos. La movilidad que se constata entre los obreros de la piedra nos recuerda que los canteros no sólo eran libres, sino que en muchos casos eran independientes, con lo que escapaban a la organización gremial de las ciudades que los empleaban, sobre todo en Alemania. Así, por ejemplo, en el Estrasburgo del siglo XIV las querellas entre los obreros de la ciudad y los de la catedral fueron frecuentes.
Esta independencia de los constructores de catedrales con una organización propia nos conduce a la institución de la logia, término que en principio designaba el recinto donde se reunían los masones que trabajaban en una obra. Tanto los canteros alemanes como los masones libres ingleses, al reunirse en logias, formaban verdaderos gremios o gildas de los oficios, que eran a la vez entidades reconocidas oficialmente con derechos políticos y cofradías o corporaciones libres que poseían la doctrina secreta de su arte u oficio.
Una logia puede servir para distintos menesteres. Entre ellos, para tener poder, hacer negocios, repartirse como caballeritos el poder, asegurarse que los negocios salgan bien. En general existen dos grandes tipos de logias: las secretas y con fines inconfesables; y las públicas y con fines confesables. Casualmente el ser secretas es el secreto del éxito de las logias.
La primera logia en territorio argentino fue la “Logia Independencia”, con protocolos de autorización otorgados por la Gran Logia General Escocesa de Francia. Dicha autorización data aproximadamente de 1795 y su sola denominación acusaba en sus integrantes una concepción autonomista para las tierras americanas. Según refirió Francisco Guilló en su libro Episodios patrios, la logia funcionaba en un semiarruinado caserón, donde tiempo atrás el presbítero Juan Gutierrez Gonzalez y Aragón había levantado la Capilla de San Miguel, que posteriormente fue abandonada ante las dificultades que los grandes zanjones oponían para que los feligreses pudieran llegar a ella durante y después de las lluvias.
Calcada sobre el plan de las sociedades secretas de Cádiz y de Londres, nació la organización de la célebre asociación, conocida en la historia bajo la denominación de Logia Lautaro, que tan misteriosa influencia ha ejercido en los destinos de la revolución. La Logia Lautaro se estableció en Buenos Aires a mediados de 1812, sobre la base ostensible de las logias masónicas reorganizadas, reclutándose en todos los partidos políticos, y principalmente en el que dominaba la situación. La asociación tenía varios grados de iniciación y dos mecanismos excéntricos que se correspondían. En el primero, los neófitos eran iniciados bajo el ritual de las logias masónicas que desde antes de la revolución se habían introducido en Buenos Aires y que existían desorganizadas a la llegada de San Martín y Alvear. Los grados siguientes eran de iniciación política en los propósitos generales. Detrás de esta decoración que velaba el gran motor oculto, estaba la Logia Matriz, desconocida aún para los iniciados en los primeros grados y en la cual residía la potestad suprema.
El objeto declarado de la Logia era “trabajar con sistema y plan en la independencia de la América y su felicidad, obrando con honor y procediendo con justicia.” Sus miembros debían necesariamente ser americanos “distinguidos por la liberalidad de las ideas y por el fervor de su celo patriótico”. El lema de la Logia Lautaro, escrito de puño y letra por San Martín, es: “Nunca reconocerás como gobierno legítimo de la patria sino a aquel que haya sido elegido por la viva y espontánea voluntad del pueblo”.
