cultura

Poesía, erotismo y tragedia

Delmira Agustini fue una de las más grandes poetas uruguayas, asesinada de dos tiros por su marido, a causa de un ataque de celos provocado por un escritor argentino.

Había sido una niña solitaria, nacida en el seno de una familia acomodada, que le permitió tempranamente desarrollar sus inquietudes artísticas y aprender otros idiomas. Delmira Agustini nació en Montevideo el 24 de octubre de 1886. A los cinco años sabía leer y escribir correctamente, a los diez componía versos y ejecutaba en el piano difíciles partituras. Sus primeros versos fueron publicados en un semanario uruguayo: “La autora de esta composición es una niña de 12 años”. En realidad tenía 16 años, pero siempre mantuvo un aspecto de niña, incluso aquel 6 de julio de 1914, en que Enrique Job Reyes entró a aquella pieza de hotel y la mató de dos balazos.

A los 21 años publicó su primer poemario, El libro blanco. Rápidamente se convirtió en un personaje importante de la vida cultural uruguaya. El éxito literario de Delmira Agustini correrá parejo a la fama de su belleza. Cuando Rubén Darío llegó a Montevideo en 1912 quiso conocerla personalmente, quedó a tal punto fascinado, que prologó su libro Los cálices vacíos, escribiendo entre otras cosas: “De todas las mujeres que hoy escriben en verso ninguna ha impresionado mi ánimo como Delmira Agustini... Es la primera vez que en lengua castellana aparece un alma femenina en el orgullo de su inocencia y de su amor, a no ser Santa Teresa en su exaltación... Si esta niña bella continúa en la lírica revelación de su espíritu como hasta ahora, va a asombrar a nuestro mundo de habla española... pues por ser muy mujer dice cosas exquisitas que nunca se han dicho”.

Delmira Agustini se casó a los 27 años con Enrique Job Reyes, un comerciante, el matrimonio no llegó a cumplir dos meses. En el día 53 Delmira se fue a vivir a casa de sus padres. Se solía encontrar en Montevideo con el escritor argentino Manuel Ugarte –considerado por Arturo Jauretche y Norberto Galasso como uno de los mayores pensadores latinoamericanos–. No es segura la fecha en que se conocieron los amantes. Se sabe que el primer contacto se establece en 1910, cuando la poeta envía a Ugarte, quien entonces vivía en París, los dos libros que había publicado hasta la fecha. Él contestó diciéndole: “Estas páginas tienen la sutileza y dulzura, la transparencia y la sinceridad de un corazón que se entrega”. Pero la mecha se encendió cuando, luego de la ceremonia de bodas de Delmira, el novio encontró a ella besándose con Manuel Ugarte, quien era uno de los testigos del casamiento. Ella le escribiría: “Usted hizo el tormento de mi noche de bodas y de mi absurda luna de miel”. En la misma carta, cuenta: “Lo que yo sufrí aquella noche no podré decírselo nunca. Entré a la sala como a un sepulcro sin más consuelo que el pensar que lo vería. Mientras me vestían pregunté no sé cuántas veces si había llegado. Podría contarle todos mis gestos de aquella noche. Me pareció un momento que Ud. me miraba y comprendía. Que su espíritu estaba bien cerca del mío entre toda aquella gente molesta. Después, entre besos y saludos, lo único que yo esperaba era su mano. Lo único que yo deseaba era tenerle cerca un momento. Y después sufrir, sufrir hasta que me despedí de Ud. y después sufrir más, sufrir lo indecible”.

Un mes después que se dictara la sentencia de divorcio, Enrique Job Reyes citó a Delmira en la habitación de un hotel. No se sabe bien qué ocurrió. La reconstrucción policial determinó que él le pegó dos tiros, y luego se suicidó. Los diarios uruguayos publicaron las fotos de los dos cuerpos tirados junto a la cama. Así terminó sus días esta mujer que rompió los cánones de su época y que, como dijo Eduardo Galeano: “Había sido condenada por quienes castigan en las mujeres lo que en los hombres aplauden, porque la castidad es un deber femenino y el deseo, como la razón, un privilegio masculino”.

Los poemas de Delmira Agustini siguen resonando en las noches del mundo, tocados de sombra y de misterio, cantando a esos amores que tuvo: “¡Fueron tantos, son tantos!”, labios donde bebió la vida. Donde bebió la muerte.

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