Al cumplirse un nuevo aniversario de la ciudad, diario Hoy rescata la visión que tenía uno de los mayores intelectuales argentinos.
Ezequiel Martínez Estrada comparaba a nuestra ciudad como una estructura artificial que funcionaba con regularidad, por haber sido ideada metódicamente. Ubica el nacimiento de La Plata en el entramado de intereses financieros y debacles políticas: “Improvisada y constituida a expensas de uno de los poderosos bancos de Suramérica y producto de una crisis política que amenazaba echar abajo la organización nacional. El banco quebró, pero el problema de la sede federal quedó resuelto”.
El autor de Radiografía de la pampa señaló que nuestra ciudad no se hizo, se inventó: “No alcanzó su volumen por necesidad de crecimiento: creció de golpe y luego hubo que llenarla, que sostenerla, que vivirla. La vida le vino por añadidura”. Reduce el papel de la ciudad al de una creación de orden político, y retoma la calificación que hizo de La Plata el expresidente Carlos Pellegrini, “ciudad milagro”: “Es la ciudad milagro, no por la rapidez con que se alzó ni por los edificios magníficos que se levantaron, sino porque, como los milagros, va contra las leyes naturales y tiene su realidad en la fe”.
También reconstruye la genealogía de la ciudad. Primero, los edificios donde había de instalarse la administración provincial; luego, las casas construidas en torno: “De una célula salieron veinte mil células; del palacio de gobierno salieron las viviendas, con la misma cantidad de cromosomas correspondiente a su especie. Se le agregó una universidad, que tampoco está allí necesariamente, sino con arreglo a principios de equilibrio y de didáctica. Para dirigirla se llevaron profesores de Buenos Aires y alumnos del interior”.
Para quien fuera uno de los grandes docentes del Colegio Nacional de nuestra universidad, La Plata era el espacio geométrico, la categoría apriorística de una serie de fenómenos. Con atracciones fuera de programa: una catedral, un frigorífico, un hipódromo, para que el espectáculo urbano no decaiga y atraer al transeúnte y al forastero: “Los trabajadores, los fieles y los soñadores visitan esos lugares como de tránsito. Peregrinan y se vuelven, sin la impresión de haber viajado. La Plata es el barrio más apartado de Buenos Aires, pero a la vez es el que se le parece más, porque no tiene la fisonomía de un barrio, sino la fidelidad integral de un calco”.
El alma de dos ciudades
El tren Buenos Aires-La Plata, decía el escritor, llevaba dentro el alma de las dos ciudades: “Un vagón de primera o de segunda clase es el sitio en que se unen las formas urbanas y las campesinas. Es más campo que un subterráneo y más ciudad que un break”.
El maestro disfrutaba de esos viajes en los que se mezclaban estudiantes, empleados públicos, políticos y profesionales: “Gentes que hablan en voz alta mirando en torno para que, de la multitud de caras, muchas reflejen que saben que es fulano de tal”. En esos viajes, Ezequiel Martínez Estrada escribió no pocos de los textos que, a tantos años de distancia, seguimos leyendo con gozo y admiración.