Eduardo Galeano y el recuerdo de un gesto valiente en medio del terror

Cuando Haroldo Conti desapareció durante la última dictadura, muy pocas voces se alzaron para reclamar por su paradero o recordarlo. El gran escritor uruguayo fue uno de esos pocos.

Habían pasado cinco minutos de las cero horas del 5 de mayo de 1976. Haroldo Conti y Marta Scavac volvían del cine. Habían ido a ver El Padrino II. Era la primera vez que iban al cine en seis meses. Al regresar, se encontraron con una patota militar que, durante seis horas, los golpeó y amenazó con llevarse a su hijo de tres meses. Uno de ellos quería apropiárselo: “Es rubio y blanco, se puede conseguir muy buena guita, y esta vez me toca a mí”. La hija de siete años estaba durmiendo. A la madre la maniataron con corbatas y le taparon la cabeza con dos camisas. Finalmente, se llevaron al padre. También los electrodomésticos y el dinero que había en la casa.

En la máquina de escribir había un cuento que Haroldo Conti había comenzado sobre una tía recientemente muerta en Chacabuco. La dedicatoria del cuento dice: “A mi tía Haydée, para que nunca se muera”. Quería escribir ese cuento para que, de alguna manera, su tía viviera para siempre.

Quince días después del secuestro, Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato, Alberto Ratti (presidente de la Sociedad Argentina de Escritores) y el sacerdote Leonardo Castellani se juntaron a almorzar con el dictador Jorge Rafael Videla. El encuentro fue muy apacible. El padre Castellani, que entonces tenía casi 80 años y había sido maestro de Haroldo Conti en el seminario, fue el único que le preguntó al general por la suerte del escritor.

Mientras el miedo –o la complicidad– cerraba la boca de la mayoría de sus colegas, Eduardo Galeano, en el último número de la revista Crisis, de la cual era director, escribió un texto sobre Haroldo Conti. Recordaba Galeano cuando iba a visitar a su amigo al Tigre: “Haroldo conoce como pocos este mundo del Delta. Sabe cuáles son los buenos lugares para pescar y cuáles los atajos y los rincones ignorados de las islas; conoce el pulso de las mareas y las vidas de cada pescador y cada bote, los secretos de la comarca y de la gente”. Cuando iba al Delta, Haroldo Conti vivía al ritmo del río, que corre sin apuro. Vivía entre los pescadores. Galeano comparaba el río de aguas barrosas con la literatura de Conti: “El río se vuelca en la gran vertiente y moja y abraza las islas solitarias. Así nos dan tus palabras agua y calorcito”. El escritor uruguayo termina su texto, escrito en los días de la desaparición de Conti, con estas palabras desoladas: “Ahora no sabemos nada de él y yo ya no tengo cómo decirle que lo quiero y que nunca se lo dije por la vergüenza o la pereza que me daba”.

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