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El escritor argentino más reconocido en el mundo tuvo un encono particular contra nuestra obra literaria por excelencia.
11/10/2023 - 00:00hs
Jorge Luis Borges decía que, en el Congreso de Tucumán de 1816, resolvimos dejar de ser españoles y que, a partir de entonces, teníamos el deber de fundar una tradición propia. Buscar esa tradición en el mismo país del que nos habíamos desligado hubiera sido un evidente contrasentido, pero Borges decía que pretender buscarla en la cultura de nuestros pueblos originarios “hubiera sido no menos imposible que absurdo”. Según el autor de El aleph, optamos por Europa y, particularmente, por Francia, que había influido sobre nosotros más que ninguna otra nación: “Cuando yo era chico, ignorar el francés era ser casi analfabeto”. El corolario de esa argumentación era sorprendente: como no se pudo construir nuestra tradición inventando una obra que copiara a la literatura francesa, se decidió tomar como piedra fundamental de la literatura argentina el libro que cuenta las andanzas de un gaucho matrero, famoso por sus crímenes y rebeldías, el Martin Fierro. Un libro que las generaciones que lo siguieron no se resignarían a dejar morir.
Borges lanzó al ruedo muchas hipérboles irresponsables nacidas de los ocios de su imaginación y de su humor despiadado, decía que el Martin Fierro había sido la invención de
un periodista federal —José Hernández—, quien había improvisado, entre sus bártulos de conspirador, en la habitación de un hotel que daba a la Plaza de Mayo, las desventuras de un gaucho: “Acaso recurrió al verso octosílabo para llegar al pueblo y a sus guitarras”. A su juicio, el libro no era más que un panfleto rimado, en el que su personaje principal, en principio, carece de rasgos diferenciales: “Es impersonal y genérico y se lamenta mucho, para que los oyentes más distraídos comprendan que el Ministerio de Guerra lo ha maltratado con inicuo rigor”. La ejecución de la obra sigue un camino previsible, pero gradualmente se produce una cosa mágica o, por lo menos, misteriosa: Fierro se impone a Hernández. Dice Borges: “En lugar de la víctima quejumbrosa que la fábula requería, surgió el duro varón que sabemos, prófugo, desertor, cantor, cuchillero y, para algunos, paladín”.
Es sabido que el expresidente Bartolomé Mitre, cuando recibió un ejemplar del Martin Fierro, escribió a su autor: “Hidalgo será siempre su Homero”. Pero Borges, pese a la dureza demostrada con la obra, se cuida de ser injusto con José Hernández en ese aspecto: “Hernández no se limitó a recibir, de un modo mecánico, la tradición que los historiadores de la literatura llaman gauchesca, sino que la renovó y transformó. Su gaucho quiere conmovernos, no divertirnos”.
¿Cuál fue el cúmulo de circunstancias propicias que depararon a José Hernández la posibilidad de componer una obra maestra? Nadie puede precisarlo. Borges lo sospecha: “Cuarenta azarosos años lo habían cargado de una experiencia múltiple; mañanas, amaneceres perdidos, noches de la llanura, caras y entonaciones de gauchos muertos, memorias de caballos y de tormentas, lo entrevisto, lo soñado y lo ya olvidado, estaban en él y fueron moviendo su pluma”. Le llamaba la atención la construcción de algunos personajes, en particular, el Sargento Cruz —al que Borges le dedicaría un cuento, inventándole hasta el nombre, Tadeo Isidoro—.
Para Jorge Luis Borges el Martín Fierro es un libro muy bien escrito y muy mal leído. Denostaba a su colega Leopoldo Lugones, que pretendía elevar a ese “gaucho matrero” a la condición de verdadero arquetipo, y aseguraba que, si en lugar de canonizar al libro de José Hernández, hubiéramos tomado al Facundo de Sarmiento como obra fundamental de nuestra literatura “otra sería nuestra historia y mejor”.
Detrás de toda esa crítica —por momentos, devastadora— se adivina en Borges una inocultable admiración por el Martín Fierro, por esas virtudes estéticas que lo llevaron a decir alguna vez: “En cenáculos europeos y americanos he sido muchas veces interrogado sobre literatura argentina e, invariablemente, he respondido que esa literatura existe y que comprende, por lo menos, un libro que es el Martín Fierro”.