Por un lado, es el autor
de Milongas para las
seis cuerdas; por el otro, defenestraba a Carlos Gardel y se burlaba de los tangos llorosos.
Jorge Luis Borges admiraba los primeros tangos, la valentía y la alegría de las milongas, la personalidad intransferible que Buenos Aires le confería a esa música: “Si cualquier músico europeo toma una partitura de tango, obedece ciegamente a esa técnica y lo toca a la perfección, de acuerdo a como está escrito en la partitura, lo que le sale, por más eximio que sea el pianista, no es tango”. Esa cadencia fácilmente reconocible es la de la ciudad de principios de siglo que el escritor tanto amó. Era un tango festivo, que no se quejaba: “Las letras eran más bien obscenas, muy alegres. Puedo recitarle una milonga si quiere: Parado en las Cinco Esquinas / con toda mi contingencia / por ver si te rompo el alma / ando haciendo diligencias. El acto de bailar era una especie de simulacro del coito”.
Pero a partir de Carlos Gardel y de La cumparsita, empezó a alejarse irremediablemente de esa música. Decía que no le gustaba Gardel porque había adecentado el tango, lo había hecho sentimental, melancólico. Y lo que para Borges era más grave: Gardel tenía la misma sonrisa de Perón. En cuanto al famoso tango de Villoldo, protestaba el escritor contra un vecino que con su acordeón “despachaba infinitamente La cumparsita, esa pamplina consternada que les gusta a muchas personas, porque les mintieron que es vieja...”.
Alguna vez le preguntaron si había conocido a Pascual Contursi, autor de Mi noche triste, el primer tango cantado: “Conocí a una hija o nieta de él que se llama inevitablemente Gladys Contursi, que fue a verme a la biblioteca. El que hablaba siempre de Contursi era Lugones. Él me recitó unos versos que me dijo que eran de Contursi y que sospecho que eran de él, porque he hablado con amigos y me dicen que esos versos no se encuentran en los de Contursi y dicen así: Acordate de la cruz / que te regaló tu hermano / y del huevo de avestruz / sobre la mesa de luz / en el cajón de Cinzano; se me hace por la rima que puede ser de Contursi. Luego, Lugones dijo: En estos versos Contursi es Dante; es decir, el máximo elogio. Pero me han dicho que no, que fue una broma de Lugones. Habría que investigar eso a ver si son de Contursi o no”.
Pese al rechazo visceral que decía producirle el tango, a veces, afeitándose, se descubría cantando “Percanta que me amuraste”, o emocionándose con alguna canción que detestaba, como si el cuerpo se le revelara: “Yo estaba en el año 61 en Austin, Texas, un territorio que yo quiero mucho, y había un señor paraguayo y me hizo oír unos tangos, yo estaba avergonzado, se llamaban A media luz, La cumparsita, no recuerdo los otros, y pensé: Qué horror, voy a tener que simular que me gustan y a mí me parecen una vergüenza. Luego me di cuenta de que estaba llorando, es decir, que mi cuerpo lo sentía de otro modo”. Su entendimiento le decía que esos tangos son malos, pero le traían entero a su lejano Buenos Aires. Por eso lloraba desconsoladamente. Y por eso el tango está presente en su literatura, en El hombre de la esquina rosada dice: “Me tocó una compañera muy seguidora, que iba como adivinándome la intención. El tango hacía su voluntad con nosotros y nos arriaba y nos perdía y nos ordenaba y nos volvía a encontrar”.
Muchas cosas lo unían a su hermana Norah, pero Gardel los separaba. Cada vez que ella escuchaba a Gardel, le decía: “Oí la voz, la voz”. No podía comprender esa devoción. La quería tanto a su hermana que pensaba que ese gusto por Gardel no podía ser sino fingido: “Por ejemplo, yo estoy conversando con ella, de pronto enciende la radio y dice: La voz, y sale corriendo, y sin embargo yo creo que no le gusta”. Admitía algo: Gardel había alcanzado la gloria al seguir cantando en la memoria de los hombres: “Qué importa mi opinión personal sobre Gardel comparado con eso; además, tengo la impresión de que no ha podido ser reemplazado, los que cantan tangos ahora no lo hacen como él. Ha tenido muchos imitadores; ninguno lo iguala. Buenos Aires se siente confesada y reflejada en esa voz de un muerto. Creo que todos pensamos eso”.