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El fundador de La Plata tuvo una vivienda legendaria, con detalles asombrosos y muchas muestras de su fuerte ligazón con la ciudad.
09/04/2024 - 00:00hs
En 1961, Ligia Spina redactó una crónica periodística en la que describió su visita a la casa de Dardo Rocha y la tituló “Los múltiples cambios de la vida moderna pasan de largo por el viejo solar de la calle Lavalle”. En algunos de los pasajes reveló: “Buenos Aires, Lavalle al 800. Pleno centro comercial. Calle de constante ajetreo y rumor. Calle donde sólo muy tarde y por breves horas llega el recogimiento. Los cines se han apoderado de la zona. La han invadido con sus carteles, con sus luces, con sus afiches”.
El transeúnte que llevaba con su prisa el signo de la época y pasaba dejando deslizar su mirada a través del color de los carteles, no podía menos que demorar el paso, cuando una reja negra quebraba la línea de construcción y erguía sus lanzas para defenderse del paso del tiempo. Tras la reja, yacía una mansión que hablaba de antiguos días. Atravesar el portal, dar la espalda a la calle, significaba dar la espalda al presente. Ya dentro del patio se perdía el bullicio de la calle Lavalle porque el ruido parecía aquietarse. La perspectiva dejaba levantar el edificio neoclásico con su reminiscencia renacentista.
En 1884, los amigos hicieron construir la casa en el solar de la familia Rocha, para ofrecérsela, en homenaje al fundador de La Plata. Era entonces ese sector de la calle Lavalle chato y residencial. Escribió Spina, a propósito de la curiosa mansión: “El selecto espíritu de Dardo Rocha estaba presente en todos y cada uno de los detalles interiores”. En ese sentido, recorrer el amplio hall, salitas, escritorios, biblioteca y comedores era dejarse envolver cada vez más en el mundo del exgobernador de la provincia de Buenos Aires. En otras palabras, en ese mundo del fin de siglo, del Centenario, a través del deleite de los descubrimientos; donde podía hallarse, por ejemplo, el ropero que perteneció a Manuel Belgrano, el bargueño de marfil que representaba el Credo, donde cada cajoncito era un apóstol.
La biblioteca, con sus tres habitaciones, ocupaba el lugar de retiro que su índole reclamaba. Miles de volúmenes catalogados la componían. Encerraba también una documentación histórica. Una sección era de libros antiguos coleccionados por Rocha. Su vasta cultura se evidenciaba en ese lugar atestado de innumerables obras leídas y anotadas. También había un cuarto destinado especialmente a custodiar sus diplomas y reconocimientos; otro con vistas a La Plata en la hora de su fundación: cuadros, bronces y obras de arte por doquier.
La vida de Dardo Rocha fue mucho más ambiciosa que la de ningún otro político de su época. Se doctoró en mayo de 1863 en Abogacía con la tesis sobre la Ley Federativa, que aplicaría siendo senador, y apoyó al presidente Nicolás Avellaneda a favor de la federalización de Buenos Aires. Se involucró en las luchas entre la Confederación Argentina y el Estado de Buenos Aires, contribuyendo a sofocar el alzamiento de 1874 encabezado por el general Mitre, que sería vencido en La Verde, ese mismo año. Peleó en la guerra de la Triple Alianza como sargento mayor. En el combate de Pehuajó, cuando su jefe Carlos Keen cayó gravemente herido, se hizo cargo de su batallón y en Curupaytí, fue herido.
Más tarde, se propuso fundar una ciudad que fuera la capital provincial. Encontró el lugar en un sitio llamado “Las lomas de Ensenada”, con muchos bañados y pajonales, algunas de cuyas tierras, de propiedad de Martín Iraola, lindaban con el pueblo de Tolosa, fundado en 1871. En mayo de 1882 ya estaba aprobado el proyecto.
En 1970, la casa de Dardo Rocha fue derrumbada sin miramientos. En primer lugar, se echó abajo el enrejado y el frente de la mansión. Sin el recaudo de enchapar el lugar, se abandonaron durante mucho tiempo los escombros y al pasar el umbral de la escalera había sobre el muro del lado izquierdo una pequeña ermita con una virgen de no más de 25 centímetros de altura. Entre todas las ruinas de la casa ese umbral permaneció intacto con su virgencita. Finalmente, las máquinas y camiones dejaron un simple terreno baldío.