“La literatura siempre desborda”

En diálogo con diario Hoy, la escritora catalana Ariadna Castellarnau ahondó sobre la repercusión de su última novela, sus influencias y los modos que la ficción tiene para dar cuenta de la realidad  

Ariadna Castellarnau nació en Cataluña en 1979. Cuarenta años después, llegó a la Argentina, para escribir una tesis doctoral sobre la obra del escritor Macedonio Fernández. Aquí publicó su primera novela, Quema (Gog y Magog, 2015), una serie de relatos concatenados en la que la devastación postapocalíptica obliga a los supervivientes a enfrentar el trauma del final. La obra fue reconocida en la última edición del premio Las Américas de narrativa, uno de los más relevantes del continente.

—Quema tiene una estructura muy particular, entre novela y libro de cuentos, ¿cómo fue esa búsqueda?

—La empecé como un proyecto de libro de cuentos, pero las historias fueron surgiendo con una unidad muy clara. El primer relato que escribí es el que abre el libro (“Hambre”). Ahí me di cuenta de que tenía un universo que quería seguir explorando. Cuando se lo pasé a mi editora, me dijo que “más que un libro de cuentos, acá todo está ocurriendo en un mismo universo, hay una estructura, ¿qué te parece como novela?”. 

Ahí me di cuenta de que había un personaje, el de Rita, que sobresalía entre todos los demás, a través del cual se podía leer como novela.

—Si bien toma elementos de la ciencia ficción, la novela no cae de lleno en ese terreno. ¿Qué pensás de las llamadas “literaturas de género”?

— Yo me volví lectora de género más de grande y ahora el género me da mucha libertad, la literatura siempre desborda. Me parece que, sobre todo con la ciencia ficción y el fantástico, se puede hablar de cosas que no es posible decir de otra manera, en las que una novela realista no puede indagar. Para empezar, por la libertad imaginativa, a pesar de tener reglas (aunque con la ciencia ficción quizás son menos estrictas que en el caso del policial). 

Esa libertad de imaginar te permite, básicamente, delirar. Creo que lo que ahora uno puede consumir como ciencia ficción buena ya es vintage: no se trata más de la ficción prospectiva, sino que habla de cosas que ya pasaron aunque no nos hayamos dado cuenta. 

—¿Entonces puede ser que la novela adquiera su potencia al transitar ese límite con la ciencia ficción?

—Cuando la escribí no se me pasó por la cabeza la etiqueta “ciencia ficción”. Fue cuando la terminé y se la di a leer a Mariana (Enríquez) que me dijo “bueno, escribiste una novela de ciencia ficción”, y para mí no lo era. Yo creo que también los editores se ponen muy nerviosos ante todo lo que no es realista. Su preocupación es cómo catalogar algo que no habla de la Guerra Civil o de los 90 y la dictadura en la Argentina. Pero el escritor no se plantea esas cosas. De hecho, Stephen King ha transitado muchos otros géneros. Y funciona porque lo hace desde un lugar muy genuino, que es su imaginario: los géneros te permiten hacer lo que quieras cuando aprendes a manejarlos no como un sinfín de reglas, sino como un campo en el que puedes delirar. 

—¿Qué autores influyeron para crear tu universo?

—King es uno de mis maestros. Cormac McCarthy es otro escritor que me encanta, primero por la capacidad que tiene para lograr esas imágenes tan poéticas, apocalípticas y líricas. Es un imaginario absolutamente propio, porque él inventó un tipo de western que antes no existía. Los westerns modernos que ahora consumimos son obra suya. A su vez, leo mucho de Angela Carter, Mervyn Peake, que también es otro loco delirante. De la Argentina me gusta Mariana Enríquez, y está también Betina González, que hace una cosa muy buena con su literatura. Liliana Colanzi me encanta. Leo mucha poesía también, sobre todo de mujeres inglesas y norteamericanas, porque la poesía le da otro aire a la prosa: hay que leerla para saber escribir de manera condensada.

—¿Qué sentiste al recibir el premio Las Américas con tu primera novela?

—No me lo esperaba. Cuando me avisaron que era finalista para mí ya era como haber ganado, porque los otros dos finalistas, Rita Indiana y Emiliano Monge, tienen grandes carreras. Así que cuando me mandaron el correo para avisarme que había ganado, cerré la computadora y me puse a hacer otra cosa, pensé “se equivocaron, ya se van a dar cuenta del error”.

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