La película autobiográfica de Leonardo Favio
Crónica de un niño solo fue su ópera prima, estrenada en 1965, hecha en base a sus experiencias en un reformatorio. Es considerado uno de los mejores filmes del cine nacional.
CULTURACrónica de un niño solo fue su ópera prima, estrenada en 1965, hecha en base a sus experiencias en un reformatorio. Es considerado uno de los mejores filmes del cine nacional.
09/04/2022 - 00:00hs
Fuad Jorge Jury Olivera, conocido como Leonardo Favio, nació en Las Catitas, Mendoza, el 28 de mayo de 1938. “Fui un niño atorrante que se crió sin padre”, dijo alguna vez. Durante su adolescencia se inscribió en la Marina, pero fue expulsado pronto. De todas maneras, le encontró alguna utilidad al traje de marinero: le servía para pedir plata en Buenos Aires con el cuento de que no tenía dinero para visitar a sus padres. En Retiro estaba su lugar preferido, una feria de atracciones y personajes que quedaron para siempre poblando su imaginación. En ese lugar hizo sus primeras incursiones como “ratero”. El resultado fue el paso por varias comisarías, la cárcel de Devoto y dos reformatorios. Experiencias estas últimas que lo marcaron para siempre y que logró resignificar en una de las grandes obras de nuestro cine.
Leopoldo Torre Nilsson le dio a Leonardo Favio su primer protagónico en la película El secuestrador, de 1958. Por eso, Favio le dedicará la primera de sus películas, Crónica de un niño solo, un filme austero y conmovedor sobre un chico cuya vida transcurre entre el reformatorio y la villa miseria. La película retrata de una manera rigurosa e implacable la historia de Polín, un niño del conurbano. Al comienzo lo vemos recluido en un reformatorio. Igual que los otros internos, sobrevive como puede. Aprende a pelear, a robar, a engañar; pero también a soportar los castigos y los rigores de la disciplina carcelaria. Polín está obsesionado por escapar y, luego de varios intentos, logra salir del reformatorio y se refugia en la villa miseria de donde ha salido. Aunque vive con su madre, el niño parece un huérfano a quien nadie cuida. Polín admira a Fabián –interpretado por el propio Leonardo Favio–, el rufián que explota a su madre y que recibe el dinero de los hombres que se acuestan con ella. A la noche, Polín no puede entrar a la casa porque la mujer recibe allí a sus clientes. Fabián hace guardia en la puerta mientras, afuera, un grupo de hombres espera su turno. Cada tanto, uno de ellos paga y entra. Polín está intrigado y espía hacia el interior. Finalmente se aleja del lugar y se escapa en el caballo de Fabián. En el final, el pequeño Polín es atrapado por la Policía, acusado del robo del caballo. El hombre lo aferra del suéter, como si estuviera esposándolo, y se lo lleva a la comisaría. El plano los acompaña hasta que, al llegar a la esquina, Polín gira y dirige una mirada a cámara, como si interpelara a cada uno de los espectadores. Luego se aleja, dándonos la espalda.
La idea de Crónica de un niño solo era volver sobre el recuerdo íntimo de la fuga de una comisaría en Mendoza, pero con su hermano, “El Negro”, le dieron una vuelta al cuento para sumarle las memorias que ambos tenían de su paso por el hogar El Alba. Encierro, soledad, cabezas rapadas, peleas, humillación y fuga. Un mundo que Favio conocía en carne propia. La película fue muy bien tratada por la crítica y recibió premios, pero fue la emoción de su amigo “Babsy” Torre Nilsson la que le dio la confirmación del valor de su ópera prima: “Yo filmaba para deslumbrar a Babsy”.
A partir de ese filme, Favio no hizo otra cosa que crecer como director. Sus personajes, su modo de narrar, su impronta visual fueron evolucionando en la construcción de un estilo único en la cinematografía argentina, y dio películas de un vigor y una coherencia admirables.
José Pablo Feinmann creyó ver en la simpleza de Favio como artista la clave de su genialidad: “Sería, así, un genio de lo simple, de lo llano, de lo inmediato. Un genio alejado de todo gesto intelectual. Recuerdo a un productor diciéndome: La primera vez que recibí un guion de Favio casi lo largo a la primera página. Estaba lleno de errores de ortografía. Seguí leyendo. A la quinta página estaba llorando”. Esa sencillez de Favio no era el fruto de una búsqueda, sino que le era consustancial: él era un hombre sencillo. Un hombre de pueblo capaz de comprender profundamente a los hombres y mujeres de pueblo.