cultura

Una tragedia que enlutó al mundo

Un francotirador en la Villa Olímpica.

Alemania veía en los Juegos Olímpicos de 1972 la oportunidad de borrar de la memoria del mundo los de 1936, organizados por Hitler como vehículo de propaganda nazi. Entre las características que tenía esta nueva edición, se encontraba la inédita participación de mujeres deportistas y la intensificación de los controles antidoping. Como las Olimpíadas de la era nazi habían grabado su impronta militarista en el subconsciente alemán, en 1972 se procuró que los puestos de control y los dispositivos de seguridad se redujeran al mínimo. Muy poco era el personal armado.

La Policía alemana decidió tomar el edificio por asalto. Un grupo de 38 agentes de seguridad, en indumentaria deportiva –como si esa ropa hiciera olvidar que portaban fusiles Walther MPL–, se ubicó en el techo del edificio tomado y en las cercanías. La televisión transmitía todo en directo, por lo cual los secuestradores se enteraron de cada uno de los movimientos ­policiales.

Los asaltantes exigieron ser ­llevados al aeropuerto, donde se tomarían un avión rumbo a Egipto. Los esperaba un lugar lleno de ­francotiradores.

El final fue el peor escenario imaginable: todos los atletas secuestrados, cinco de los secuestradores y los dos pilotos del helicóptero que los trasladó al aeropuerto fueron muertos a raíz del desastroso operativo montado por la Policía alemana. La XX Olimpíada para siempre ha quedado identificada no por sus resultados deportivos, sino por una tragedia que enlutó al mundo.

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