Miles de historias trágicas dejaron tras de sí las dictaduras sudamericanas que actuaron mancomunadamente para cometer sus crímenes.
El Plan Cóndor nació como un sistema de coordinación represiva entre los países del Cono Sur durante la década del setenta, con el objetivo de perseguir y eliminar a militantes políticos, sociales, sindicales y estudiantiles. Un día frío y desolado de julio de 1976 en una casa del barrio de Belgrano, Buenos Aires, un comando de asesinos de Cóndor le arrebató a Sara Méndez a su hijo, cuando sólo tenía veinte días de nacido. En ese momento, había buscado refugio cuando arreciaba la persecución de la dictadura implantada en 1973 en su país, Uruguay, que se mantuvo hasta 1985.
“Nosotros teníamos, a veces, presentimientos y nos cuidábamos bastante”, comienza su relato Méndez. Ella estaba con su gran amiga Asilú en una casa alquilada de emergencia y de repente se desató el terremoto: llegaron uniformados rompiendo vidrios, derribando muebles, armados hasta los dientes, con modales acerados, buscando a dos mujeres y un niño recién nacido. De inmediato empezaron a aterrorizarlas, mientras Simón- así se llamaba su hijo- lloraba. Sara estaba cerca de él y en cada maltrato la cama saltaba y la canastita también. Aún así, ella estaba pendiente del niño y sentía que su llanto la quebraba más que cualquier golpe. Ella estaba sangrando cuando el militar uruguayo José “Nino” Gavazzo le advirtió: “Adonde vas no podés llevarlo. Él va a estar bien. Esta guerra no es contra los niños.” Y se lo llevó.
Sara Méndez y Asilú fueron llevadas al Centro Clandestino de Detención Automotores Orletti, el más importante campo de concentración para las víctimas del Cóndor en Argentina, que funcionaba en el barrio de Floresta. Sin el niño, golpeadas y aturdidas, vivieron un verdadero infierno en ese taller mecánico convertido-primero por los paramilitares y luego por la dictadura- en el cuartel central en Buenos Aires del OCOA (Organismo Coordinador de Operaciones Antisubversivas, de Uruguay), donde el teniente coronel Gavazzo tenía las mayores responsabilidades. “Uno sentía la muerte desde que entraba, aun con la cara tapada”, recordaba Sara.
En ese infierno construido por el hombre, el tiempo se diluía entre torturas y gritos de víctimas empujadas hasta el último límite de lo humano. La pesadilla de Orletti duró trece días que parecieron años. Tiempo después, Méndez supo que no eran las únicas uruguayas. Allí escucharon las voces de Eduardo Dean, León Duarte y Margarita Michelini, entre otros. Entre las cosas más terribles que vivió fue presenciar la muerte por golpes y asfixia por inmersión del secuestrado Carlos Santucho, hermano de Mario Roberto Santucho, comandante del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). Finalmente, los militares uruguayos las obligaron, mediante torturas y amenazas de muerte, a firmar que habían sido detenidas en Uruguay, intentando ingresar para realizar una acción guerrillera.
Desde los años 80 comenzó su peregrinaje en busca de su hijo. Una vez en libertad, Sara Méndez cruzó a Buenos Aires, aun exponiéndose a una nueva prisión, y encontró refugio en las Abuelas de Plaza de Mayo. El 19 de marzo de 2002 , después de una incansable búsqueda, encontró a Simón, en Buenos Aires, cuando él ya tenía 26 años. “El momento cuando supe que había encontrado a Simón fue tan fuerte, tan profundo que se borraron los días, la distancia, y podía seguir viendo en aquel muchacho que estaba frente a mí a Simón, su cabello rojo y sus manitas moviéndose agitadas. Todo lo vi en un instante”.