15 de junio: Día del Libro en Argentina
"Un vínculo indestructible de las generaciones humanas de todas las razas, lenguas y creencias”, afirmaba Marcelo T. de Alvear.
Quiso ser director de cine y terminó siendo escritor, pero muchas de sus novelas fueron adaptadas a la pantalla grande.
19/06/2021 - 00:00hs
Algunas características de la literatura de Manuel Puig, como su habilidad para recrear el habla cotidiana, la utilización narrativa de procedimientos netamente cinematográficos y la referencia permanente al mundo del cine, motivaron a algunos directores a llevar algunas de sus historias a la pantalla grande.
“Yo no decidí pasar del cine a la novela”, ha escrito Puig. “Estaba planeando una escena del guion en que la voz de una tía mía, en off, introducía la acción en el lavadero de una casa de pueblo. Esa voz tenía que abarcar no más de tres líneas de guion, pero siguió sin parar unas treinta páginas. No hubo modo de hacerla callar.
Ella solo tenía banalidades para contar; pero me pareció que la acumulación de las banalidades daba un significado especial a la exposición”. Ese guion que Manuel Puig comenzó a escribir en nuestra ciudad, en la casa de una de sus tías, terminó transformándose en su primera novela, La traición de Rita Hayworth.
Sus mayores influencias a la hora de escribir no provenían de la literatura, sino del cine: “No tengo modelos literarios evidentes, ese espacio está ocupado por las influencias cinematográficas. Si alguien se tomara el trabajo, encontraría influencias de Lubitsch en ciertas estructuras mías, de Sternberg en ese afán por ciertas atmósferas, y mucho Hitchcock”.
En 1954, a los 26 años, viajó a Roma a estudiar dirección cinematográfica en el Centro Sperimentale di Cinematografia. Al cabo de unos meses, desistió de los estudios pero no del cine, y se fijó la meta de ingresar en la industria del cine como guionista.
Permaneció varios años en Europa y, mientras trabaja subtitulando películas o lavando copas, escribió guiones que intentó vender sin éxito. Veía todas las películas que se estrenaban, salía de un cine y entraba en otro. En sus cartas muestra su exacerbado sentido crítico. Sobre las películas de Antonioni, dice: “La aventura, muy repetida y pedante”, “El eclipse, una lata que no termina nunca”. Y sobre uno de los clásicos de Fellini: “8 ½, algo que no tiene nombre, tan estúpida, pesada, intelectualoide, pretenciosa, creo que es la peor película que he visto en mi vida”. No le va mejor a Chaplin y su Un rey en Nueva York: “Es algo lastimoso, no podría ser más estúpida y desagradable”. Pero ninguna película le hizo perder la pasión por el sueño. Él siguió alimentando la ilusión de que algún día sus libros fueran leídos como películas, y mágicamente se convirtieran en estas.
Sus novelas en imágenes
De las siete novelas que Puig escribió, tres de ellas fueron llevadas al cine: Boquitas pintadas, por Leopoldo Torre Nilsson en 1974; Pubis angelical, por Raúl de la Torre en 1982 y El beso de la mujer araña, por Héctor Babenco en 1984. El propio Manuel Puig colaboró en dos de los tres guiones. Su pasión por el cine y su aceptación de trasladar algunas de sus novelas a la pantalla grande no significaron que se sintiera plenamente cómodo en la traslación. A propósito de Boquitas pintadas dijo: “Yo no me sentí cómodo en esa tarea de adaptador. Tenía que resumir la novela, podarla, encontrar fórmulas que sintetizaran aquello que en su origen había sido expuesto”. Esa compulsión al resumen no podía ser vista con beneplácito por alguien que cuidaba cada detalle de sus historias. Infiere con melancolía que es imposible el trasplante al cine de una historia contada literariamente, incluso cuando el encargado de la operación es alguien como Orson Welles: “No sé qué habré hecho de malo que caí a ver El proceso que tendría que llamarse El castigo, qué asco, pobre Kafka, qué traición, ese Welles es un gran boludo”.
El cine está proyectado en casi todos sus libros. En Boquitas pintadas, uno de los personajes se recupera de una operación y, al dormirse por efecto de los calmantes, sueña películas: “Ya que no se puede tener en la vida esas historias de amor tan fantásticas, por lo menos en la imaginación”. En El beso de la mujer araña, un homosexual preso relata a su compañero de celda viejas películas que les permiten evadirse del encierro durante el tiempo que dura el relato. Para Puig, la literatura era la continuación del cine por otros medios.