Cultura
José Hernández, un gaucho perseguido por el poder
Además de ser el autor del legendario Martín Fierro, el escritor, periodista y legislador fue un consecuente militante político muy ligado a la ciudad de La Plata.
El 1° de mayo de 1882, Dardo Rocha promulgó la ley que erigía en las Lomas de la Ensenada la capital de la provincia de Buenos Aires. En su artículo segundo se indica que el nombre de la ciudad sería La Plata, el cual había sido propuesto por José Hernández, quien ya había escrito las dos partes del Martín Fierro, y en octubre del año anterior había sido elegido senador por la Provincia.
Como miembro informante de la Cámara alta, cuando se trató el proyecto de ley, José Hernández señaló: “No podemos establecer, pues, una capital pequeña en un terreno donde no pueda desenvolverse: debemos fundar una capital, repito, no solamente con arreglo a las exigencias del comercio y del progreso presente, sino también con arreglo a las exigencias del porvenir, a las necesidades que han de tener las generaciones venideras”, y respecto del nombre, adujo: “Ha querido evitarse las divagaciones dando el nombre de La Plata porque estos territorios fueron primeros: Gobernación del Río de la Plata, más tarde Provincias Unidas del Río de la Plata. Y cuando la provincia de Buenos Aires, que ha hecho el sacrificio, el inmenso sacrificio de su capital tradicional para cimentar el orden constitucional de la República, va a levantar una ciudad, cabeza de su territorio, es justo, es lógico, es patriótico, está con los antecedentes de la República, el que la designe también con el nombre de La Plata”.
El Martín Fierro, publicado en 1872, le hizo ganar una inmensa popularidad. Se compraba en las pulperías junto a la “yerba, tabaco y trago”, por lo cual durante mucho tiempo se lo hizo habitar en los suburbios de la literatura. Recién cuando Miguel de Unamuno publicó en 1894 un largo ensayo en La Revista Española elogiando la belleza, originalidad y universalidad de la obra de José Hernández, se reconsideró el valor de ese libro en nuestro país, elevándolo Leopoldo Lugones, con su obra El payador, a la categoría de poema nacional.
Jorge Luis Borges, cuando tenía pretensiones criollistas, decía: “Cualquier paisano es un pedazo de Martín Fierro, cualquier compadre ya es un jirón posible del arquetípico personaje de esa novela”. En los años 70 afirmaría: “Nos equivocamos en promover la lectura del Martín Fierro, porque eso conduce a la barbarie”.
Nacido en 1834, José Hernández toma definitiva posición política cuando en 1856, en Villamayor, las fuerzas porteñas fusilan a más de cien soldados federales, luego de su rendición. Como dice Norberto Galasso, allí José Hernández “comprende que, tras las banderas de libertad y civilización, la aristocracia porteña esconde pérfidos intereses: el comercio de importación, el control de la Aduana, los negocios con el extranjero”. A partir de allí su lucha será sin descanso: “Tal vez fui yo el primero que se lanzó en Buenos Aires a una propaganda ardiente y resuelta contra el general Mitre... ese hombre funesto”. Por eso emigra a Paraná, para enrolarse en las filas de la Confederación. Se opone junto a Felipe Varela, Guido Spano, Alberdi y otros, condena esa guerra de la “triple infamia” contra el Paraguay y se enrola en defensa de “los pobres gauchos y los trabajadores honrados” y por la “santa confraternidad de América”.
Sarmiento ofreció “mil pesos fuertes” a quien le trajera la cabeza de Hernández, poniéndose decididamente del lado de la “barbarie” en nombre de la “civilización”. José Hernández debió exiliarse, para regresar a la lucha política como senador alsinista en la provincia de Buenos Aires.
Ahí es donde fortalece su relación con nuestra ciudad, donde dejó innumerables huellas, muchas de las cuales fueron conservadas en el Archivo Histórico de la Provincia “Dr. Ricardo Levene” –donde se encuentran los manuscritos de La vuelta de Martín Fierro, los dos folletos originales sobre el caudillo Ángel Peñaloza que serían la base del libro Vida del Chacho y otros manuscritos–, la Biblioteca Pública de la Universidad –en cuya hemeroteca está la colección de sus periódicos–, la Biblioteca de la Legislatura de la Provincia – donde se conserva la transcripción de sus discursos parlamentarios– y en el recuerdo de una comunidad que lleva su nombre y que está a pocos minutos del centro de La Plata.