Ni los peones fusilados en la Patagonia ni los anarquistas de principios del siglo XX serían recordados hoy si no fuera por el trabajo valiente y minucioso de este intelectual que tanto se extraña.
Su verdadera vocación era la investigación histórica: llenar los vacíos de la acartonada historia oficial, rescatar la rebeldía de los humillados y ofendidos. Hizo el laborioso rastreo de quien está acuciado por encontrar la verdad y muestra lo encontrado tallándolo con delicadeza de orfebre. La vida de Osvaldo Bayer, como la de los grandes poetas, está entera en el corazón de sus obras, en el aliento imperioso de sus búsquedas.
Su vida de trotamundos podría llenar varios tomos. De niño debía explicarle a sus amigos su apellido: “Bayer, como la aspirina”, aunque guardaba para sí una desgarradora historia familiar, que le hubiese impedido aprovechar las horas de juego.
Nació el 18 de febrero de 1927 en la provincia de Santa Fe, descendiente de exiliados alemanes, provenientes de Schwatz una población del Tirol austríaco. Nunca olvidaría los rostros de los emigrados que conoció durante su infancia en el barrio de Belgrano. En su casa se mezclaban los comentarios de su padre, agnóstico y decidido antinazi, con los ruegos de su madre, una ferviente católica.
El conservadurismo argentino de la época y los jefes militares miraban con simpatía la figura del Führer. Por entonces, Bayer había cursado libre la última parte del secundario y conseguido empleo en el estudio de Horst Ritter, corredor de seguros y jugador empedernido, que repartía sus ganancias con el joven. Ya estaba impregnado de ideas libertarias y pacifistas, y era un apasionado de la poesía.
A comienzos de la década del 50, Bayer conoció en Alemania a Marlies Joss, que había llegado a Berlín un año antes que él. Envió desde allí artículos a Buenos Aires para Continente y Noticias gráficas. Cuando decidió regresar al país, viajó al sur, donde se desempeñó como jefe de redacción del periódico Esquel y fundó el diario La Chispa: “Quería conocer el país, sobre todo la Patagonia. Todavía no había salido el diario cuando me metieron preso por defender a un plantador de nogales y a los indios.”
Se desempeñaba como cronista del diario Clarín cuando lo convocaron para integrar el Sindicato de Prensa. Su paso como gremialista duró tres años: había intentado unir al sindicato en una central que luego sería la CGT de los Argentinos, en la que participó con Agustín Tosco y Rodolfo Walsh. De allí en más, no sólo continuó con varias experiencias periodísticas, sino que comenzó a escribir su obra más reconocida, los cuatro tomos de Los vengadores de la Patagonia trágica. La brutal represión de 1921 en el sur argentino había tenido un saldo de 1.500 obreros muertos, por reclamar salario digno y un trato un poco más humano. Bayer visitó los lugares donde acontecieron los hechos, escarbó en la memoria de los lugareños e incluso habló con los descendientes de las víctimas. En 1974, la obra sería llevada al cine por Hector Olivera y Fernando Ayala con el título de La Patagonia rebelde.
Un personaje que lo marcó a fuego fue el anarquista Severino Di Giovanni, quien desde su llegada a la Argentina en 1923, le declaró la guerra a las compañías y embajada norteamericanas, a los funcionarios fascistas representantes del Duce y a la Policía argentina. Bayer publicó su historia presentándolo como “el idealista de la violencia”, destacando la confluencia entre el pensamiento y la acción de un hombre que fue fiel a sus ideas hasta que murió fusilado por el gobierno de Uriburu.
Osvaldo Bayer fue un principista en carne viva, un defensor de utopías que combatió las injusticIas en proporción directa a su sentido de libertad. En diciembre de 2018, murió a los 91 años. Pero nunca se fue: todas esas vidas que él rescató del olvido lo mantendrán vivo en la memoria popular.