Paul Newman y Joanne Woodward un amor contra el olvido
Los dos fueron actores consagrados, símbolos de la seducción y el talento. Protagonizaron una historia de amor que duró cincuenta años.
culturaLos dos fueron actores consagrados, símbolos de la seducción y el talento. Protagonizaron una historia de amor que duró cincuenta años.
17/12/2025 - 00:00hs
¿Te acuerdas del amor? es una película de 1985 en la que Joanne Woodward hace de una profesora de inglés devastada por el Alzheimer. Años después sería a ella a quien le tocaría naufragar en las profundidades de la desmemoria. Se aferraba como podía a las pocas hilachas recuerdo que le quedaban: “Sé que estuve casada con un muchacho muy bello”. Eso le dijo una tarde a Elinor –una de sus hijas-, a quien poco tiempo después tampoco reconocería.
Ese muchacho bello fue Paul Newman, a quien conoció un día asfixiante en que entró sudorosa al despacho de su agente, siendo ya una joven actriz de teatro y encontró allí a un hombre tan hermoso que brillaba como "un anuncio de refresco helado", a pesar de su traje de mil rayas y del agobio de ese calor que todo lo tornaba molesto. Él la contempló lleno de asombro, enamorado al primer golpe de vista de aquella chica a la que sin embargo disgustó su aparente condición divina. Le molestó a Woodward que aquel tipo de ojos transparentes pareciera inmune al calor insoportable mientras ella se derretía como un helado. Tuvo que pasar algo de tiempo para que aquel fastidio diera paso a la complicidad y la admiración. A partir de allí, todo fue un Pic-nic, que así se llamó la obra teatral que compartieron en Broadway, en 1953, que duró 477 funciones y marcó el debut teatral de Paul. Joanne ya había hecho otras obras y aparecido en varias series televisivas.
Paul Newman por entonces tenía 28 años y estaba casado con Jacqueline Witt, una actriz que lo convenció que tenía dotes para actuar y lo integró a un elenco de Illinois. Tuvieron tres hijos y muchos problemas económicos. Había iniciado los trámites de divorcio cuando conoció a Joanne, y de inmediato se fueron a vivir juntos a un departamento pequeño que, recuerda Paul: “tenía una cama grande como la de un burdel de Nueva Orleans”.
Seguramente, uno de los recuerdos que Joanne debe haber defendido hasta el final contra ese enemigo que la iba desvalijando de todo lo que había sido suyo, fue el de aquella tarde de su infancia en que fue con su madre a ver Lo que el viento se llevó y acabó sentada sobre las rodillas de Sir Laurence Olivier, como un presagio de que en el cine estaba el camino que debía recorrer esa hermosa rubia del sur de los Estados Unidos, que llegaría a ganar un Oscar en 1957 por Las tres caras de Eva, y que, cuando fue a recibirlo, no podía dejar de mirar a su marido que estaba allí, sentado entre el público como un dios griego capaz de mezclarse en los asuntos humanos. "La belleza y el fuego desaparecen, pero mi abuela me dijo que me casara solo si conocía a un hombre con el que pensara que podría reírme al cabo de cincuenta años", declaró esa mujer que siguió el consejo de su abuela en enero de 1959, casándose en Las Vegas con ese hombre de los ojos de aguamarina, con el que tuvo cincuenta años de risas. En la ceremonia, Paul leyó un texto de Wilferd Arlan Peterson: “La felicidad en el matrimonio no es algo que simplemente suceda, un buen matrimonio debe crearse. En el arte del matrimonio las pequeñas cosas son las grandes; nunca se es tan viejo como para no sostenerse las manos”.
Hicieron varias películas juntos, las que más los enorgullecieron fueron: Un largo y cálido verano –basada en la novela de William Faulkner-, Desde la terraza -película por la que ella ganaría un Globo de Oro- y Un día volveré –con música de Duke Ellington- . Les gustaba compartir cada escena como un duelo interpretativo en el que cada uno sacaba lo mejor de sí.
Cuando Paul se murió el 26 de septiembre de 2008, fue como si un huracán hubiera desarbolado el barco en el que navegaban y hubiera comenzado a entrar agua por todas partes. Nada la consolaba ni el Oscar ni los Emmys ni los premios en Cannes ni los elogios unánimes ni su brillante carrera ni haber sido la primera persona en obtener una estrella en el Paseo de la Fama de Hollywood. Supo lo que es tomar hasta la última gota el veneno de la soledad y quedar para siempre a oscuras en un encierro del que ni siquiera la pudieron salvar las tres hijas que tuvo con Paul, ni sus muchos nietos.