Detalhes se llama uno de sus discos. Precisamente, detalles desconocidos son los que aporta esta nota, que se interna en la biografía de uno de los cantores más populares de la historia de Brasil.
En la íntima patria de las canciones de Roberto Carlos late el mismo pulso con el que vive cotidianamente en el recuerdo de todos. Desde el primer disco simple, editado a comienzos de 1959, sus números son astronómicos: vendió más de 140 millones de álbumes y compuso más de 500 canciones. Varios de sus colegas lo han definido como una fuerza capaz de producir hits que se graban a fuego en la memoria de sus seguidores. Como una máquina feroz e incontrolable, el tiempo no ha hecho otra cosa que fortalecerlo.
Las lesiones producidas por aplastamiento generan habitualmente traumatismos tan graves que la amputación resulta inevitable; si no se actúa con rapidez, la persona puede morir como consecuencia de una falla renal. En junio de 1947, Roberto Carlos tenía seis años, era el cuarto hijo de un matrimonio humilde y solía jugar con sus amigos cerca de las vías del tren. Un día, sus amigos cruzaron las vías y él también, aunque tenía prohibido hacerlo. Y entre él y el resto de su vida se interpuso el despiadado paso de una locomotora. Tuvieron que amputarle una pierna. Al principio, llevó muletas y después una pierna ortopédica cuya existencia se revela en una sutil cogera al andar.
De modo que, aunque la partida del registro civil indique que su nacimiento se produjo el 19 de abril de 1941, en el estado de Espírito Santo, ubicado a 400 kilómetros de Río de Janeiro, el punto de partida de su cuenta personal se inicia con dicha tragedia. Alguna vez dijo Julio Cortázar que, probablemente, de todos nuestros sentimientos el único que no es verdaderamente nuestro es la esperanza, porque ella le pertenece a la vida, es la vida misma defendiéndose.
La primera vez que Roberto Carlos empuñó públicamente su esperanza fue en 1958, cuando fue descubierto por el compositor y periodista Carlos Imperial, quien ya había trabajado con artistas de la talla de Elis Regina, Wilson Simonal y Paulo Sérgio.
El Elvis Presley brasileño
Convencido de que un mundo sin The Beatles era un mundo infinitamente peor, desde sus primeras apariciones en programas musicales de televisión, Roberto Carlos tuvo sucesivos éxitos a los que él mismo les atribuyó una marcada influencia de la música de la mítica banda de Liverpool.
Desde esa época, también comenzó a poner en práctica una cábala muy particular: vestirse de azul y blanco. De hecho, en las tapas de casi todos sus discos aparecería de la misma manera: “Durante años confundí la cábala con el trastorno obsesivo compulsivo”, afirmó el compositor. “Creía que usando determinados tonos de ropa, los conciertos saldrían bien”.
Cuando dio sus primeros pasos en la escena musical brasileña, su género predilecto era la bossa nova, pero a partir de la década siguiente se inclinó por la música romántica. Firmó su primer contrato discográfico y así se convirtió en la nueva estrella pop de la industria. Desde entonces, la prensa mundial lo bautizó como el “Elvis Presley brasileño” y sus canciones inundaron las emisoras de radio no solo de Brasil, sino de todo el continente.
Una pócima de inmortalidad
En 1993, grabó el disco O Velho Caminhoneiro. Allí aparecería una de sus canciones más recordadas y traducidas de todo su repertorio. Se llamó Un millón de amigos y su estribillo devino inmediatamente en pegadizo lema bienintencionado: “Quiero llevar este canto amigo / A quien lo pudiera necesitar / Yo quiero tener un millón de amigos / Y así más fuerte poder cantar”.
Si bien cierto público lo considera inevitablemente “grasa” y de muy poco vuelo; Caetano Veloso, un cantor muy admirado por un público orgullosamente culto e informado, llegó a enfrentarse a una sala llena de un teatro argentino cuando al nombrar a Roberto Carlos recibió como respuesta una silbatina. Quienes estuvieron esa noche en el Gran Rex, recuerdan la entereza y decisión del cantor bahiano al defender a su amigo. Caetano Veloso y Roberto Carlos además de interpretar recíprocamente sus temas, dieron una serie de recitales juntos en el 2008.
A sus 80 años, la ilusión de que las penas al fin se llamen de otra manera sigue inspirando a Roberto Carlos para componer. Sus canciones siguen hablando, como si nos ofrecieran alguna pócima de inmortalidad, de las inmensas posibilidades del amor que, según él: “Ha estado siempre presente en mi vida y es lo que nos convierte a cualquier edad en adolescentes”.