CULTURA
Eliseo Subiela un contador de historias
Su cine es una síntesis entre lo poético y lo popular. Su producción, despareja, tuvo momentos altos que permitieron inscribir su nombre en el panteón de los grandes realizadores.
El cine entró en su vida de pibe, en la época de tres películas norteamericanas en los cines de barrio. Veía entre diez y doce por semana. Tenía un tío que lo llevaba cuando tenía vacaciones, y su diversión era ir a ver películas con su sobrino. A Eliseo le gustaba sentarse, comer un chocolate y que le contaran una historia. Con los años quiso ser él el narrador de los relatos.
Desde esas tres películas diarias y hasta bastante después quería ser aviador. Durante varios años estudió para piloto. En el medio, apareció una historia de amor: una novia de barrio que lo dejó, y él empezó a escribir cartas desesperadas.
Luego vino una segunda etapa, yendo mucho al cine Lorraine, pero con el padre en lugar del tío. El padre era un gallego que lucía el rimbombante nombre de Eliseo Demófilo Subiela. Lo atraía el cine polaco de los 60, las películas de Wajda, Munk, Kawalerowicz, y también la Nouvelle Vague, especialmente Godard. Tenía 17 años y decidió hacer un cortometraje. Un domingo de lluvia se puso a seguir a una viejita, por Constitución. La siguió durante mucho tiempo y vio que entraba en un manicomio. Era el Borda. Después de nueve meses salió Un largo silencio, de 1963, que fue un arranque desmesurado porque tuvo premios internacionales. Aún no había cumplido los 18. En esos años militaba en la Juventud Peronista y, en esos trajines, conoció a Mora Maglia, quien sería la madre de sus tres hijos.
Fue asistente de dirección de Leonardo Favio y Armando Bo. A Favio lo conoció a través de María Vaner, que había hecho una de las voces de Un largo silencio. Ella le había contado que todas las semanas, durante la preproducción de Crónica de un niño solo, tenía que ir a la planta baja a buscar el guion que Favio tiraba por la ventana, durante sus ataques. Lo que más le impresionaba a Subiela del director de El dependiente, además de su sensibilidad, era que pese a saber muy poco de técnica sabía exactamente lo que quería. Treinta años después, estando Subiela internado en una clínica de Barcelona, recibió un fax: “No te mejores (así vuelvo a ser el mejor)”. Firmado: Leonardo Favio. En 1996, luego del estreno de la película No te mueras sin decirme adónde vas, Favio pagó una solicitada que publicó en Página 12 con el siguiente título: “No te mueras sin decirme adónde vas es la más extraordinaria película argentina que yo haya visto”. Cuando Eliseo Subiela lo llamó conmovido, el cineasta le dijo: “No la vi, nene. Publiqué eso porque me dio bronca cómo te atacaron los turros de los críticos”.
Sus mayores éxitos
Con Armando Bo trabajó en La mujer del zapatero. De entrada nomás, la pareja de Isabel Sarli le dijo: “Ahora vas a aprender lo que es el cine de verdad”. También hizo publicidad: llegó a filmar 600 avisos. Ese oficio lo ayudó a dominar la técnica de filmación y de la concepción de la imagen.
Hacia 1981 hizo La conquista del paraíso. Fue un fracaso espectacular. Lucas Demare la vio en una muestra y le dijo: “Vos sos un continuador de mi cine”. Es la historia de un publicista que va a Misiones de urgencia llamado por su padre moribundo.
Su gran éxito llegaría en 1985. Un hombre extraño al que Subiela veía todos los días en el mismo sitio y mirando hacia el mismo lugar fue la inspiración para Hombre mirando al sudeste, película que sería premiada en Montreal, La Habana, San Sebastián, Huelva, Cartagena y San Pablo, entre otros festivales prestigiosos.
El lado oscuro del corazón, una producción argentino-canadiense, pone la poesía en el centro de la narración. El personaje principal cambia poemas por ayuda material para sobrevivir. Muy parecido a lo que hizo Subiela con su cine.