Jackie Coogan de El pibe a Los locos Addams

Pocas veces la ternura estuvo tan bien encarnada en el cine como en la película de Charles Chaplin El Pibe. Luego, la versatilidad de este actor le permitió lucirse con un personaje grotesco: el tío Lucas. No mucha gente descubrió en ese momento que se trataba de la misma persona.

Había pasado una noche horrible y no se le ocurría nada. Era extraño sentir cómo de pronto la imaginación rodaba por los suelos sin que siquiera se molestara en juntar los naipes de esos castillos. Todo lo abandonaba: el entusiasmo creativo, las voces que siempre acudían a él en el silencio de las mañanas y que se desplegaban solas en el papel.

Aunque Charles Chaplin ya había construido el personaje de tierno vagabundo que lo volvería un hito de la historia universal del cine y, además, ya se hubiese consolidado como una celebridad en la industria, esa noche estaba empezando a dudar de sí mismo. Por eso decidió ir a un teatro de Los Ángeles frecuentado por estrellas de vodevil para ahogar sus penas, buscando inspiración o simplemente embrutecerse con el alcohol, cuando acabó sentado ante una familia de comediantes que resultaron inesperadamente decisivos para definir su primera obra maestra, El pibe: “En semejante estado de desesperación, era un alivio ir al Orpheum a distraerme un poco, y en esa disposición de ánimo vi a un bailarín excéntrico. No era nada extraordinario, pero al final de su interpretación sacó a su hijo, un niño de cuatro años para que saludase con él”, contó en una entrevista Chaplin.

Después de saludar con su padre, el chiquito empezó a ejecutar unos divertidos pasos de baile; luego miró graciosamente al público, lo saludó con la mano y se marchó corriendo. La gente empezó a reír a carcajadas, de modo que el niño tuvo que salir de nuevo y ejecutar un baile distinto. El segundo baile no resultó tan bien, pero Jackie Coogan era encantador: su valentía contrastaba con la ingenuidad de sus maneras y el público disfrutó lo indecible. En ese mo­mento, Chaplin supo que las cosas volvían a estar en su lugar: había encontrado lo que tanto buscó.

El pibe se estrenó el 21 de enero de 1921 y es considerada no solo la ópera prima de Charles Chaplin, sino una de las películas más emblemáticas de la historia del cine mundial. Con el pequeño Coogan en el equipo, la película se puso en marcha. La productora First ­National esperaba una de sus ­típicas películas de caídas y golpes, pero, tras dirigir 49 cortos cómicos, Chaplin quería que su primer ­largometraje fuese diferente: El pibe habla sobre la vida en los ­callejones y en los inquilinatos de las grandes ciudades, donde la niñez pobre queda tirada entre la basura, a ­merced de los azares del destino. Siete años tenía Jackie Coogan cuando se echó sobre los hombros el papel de un niño abandonado por su madre en un arrebato de desesperación.

Caminar hacia el anonimato

Durante el rodaje, Coogan deslumbró al resto del elenco con su talento natural, desenvolviéndose como un experimentado actor. Solo una vez necesitó un poco de ayuda porque en una de las secuencias del filme debía ponerse a llorar ­desesperadamente al enterarse de que iba a ser trasladado a un asilo para huérfanos. Jackie era un niño feliz al que le era difícil incorporar ese profundo sentimiento desconocido de perderlo todo. Ante la impotencia de Chaplin, el padre de Jackie pidió que suspendieran el rodaje por unos breves minutos. Tras unos segundos a solas con su hijo, este llegó al set con los ojos anegados de lágrimas: “¿Qué le ha dicho?”, preguntó Chaplin asustado. “Nada. Solo le dije que, si no lloraba, tendría que sacarlo del estudio y enviarlo a un verdadero asilo para huérfanos”, le contestó.

“En aquellos años los niños iban a ver a Babe Ruth, pero Babe Ruth venía a verme a mí”, afirmaba en 1972 a Los Angeles Times, en referencia al jugador de béisbol más importante de la época. No era para menos, los primeros encantos de la fama se le habían presentado con asombrosa facilidad: viajaba en su propio vagón del metro, construyó una de las primeras piscinas de California, incluso tomaba clases con el campeón olímpico de natación. Jackie Coogan no vislumbraba lo que había advertido Jorge Luis Borges: todos caminamos hacia el anonimato. Incluso las celebridades de Hollywood. Solo un par de días después del bombardeo de Pearl Harbor, lo enrolaron en el Ejército y partió al sudeste asiático. Cuando regresó, ya no había lugar para él en una industria que no lo recordaba y dejaba caer su cabeza en la guillotina.

El tío Lucas

Luego de actuar en películas de clase B y en episodios televisivos que se nutrían de estrellas en decadencia, se encontró en uno de esos shows con el productor David Levy, quien le estaba dando forma a la adaptación de la tira cómica de la familia Addams. Pronto se volvió un lector voraz de las viñetas del The New Yorker y se presentó en la audición con la cabeza rapada, los ojos pintados y la ropa del inolvidable tío Lucas.

El público se enamoró rápidamente de su personaje, pero Coogan nunca terminó de disfrutarlo: “Solía ser el niño más hermoso del mundo y ahora soy un monstruo horrible”, le confesó alguna vez a su hija.

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