Juan Carlos Mareco, un showman que dignificó la televisión argentina

Las calles de Carmelo son iguales a las de cualquier suburbio pintoresco de Latinoamérica, con edificios altísimos y una hemorragia de hormigón, palmeras de plástico, iglesias, tiendas revestidas por guirnaldas de luces y algunos bares que dan a la playa Seré. Es una ciudad al oeste de Uruguay, rodeada de viñas, como Narbona. Un 20 de enero de 1926 nació allí Juan Carlos Mareco.

No se supo cómo empezó su vocación. Aunque de niño jugaba a parecerse a ciertos actores, nunca sintió la pulsión de convertirse en comediante. De hecho, su vida estaba encaminada hacia un futuro apacible, sin sobresaltos. Era un alumno tan aplicado que en su época del colegio secundario recibió una beca del estado para cursar en Montevideo la carrera de Abogacía. Pero fue en los pasillos de la Facultad y en una pensión universitaria donde vivía, que descubrió una faceta de sí mismo aún desconocida: la facilidad para hacer reír a los demás.

Fueron sus formidables dotes de imitador y comediante los que le trajeron una creciente popularidad, fue invitado a integrar la Troupe Ateniense, una compañía teatral que se había formado en 1922, conformada por exclusivamente por estudiantes y que dirigía Ramón “El Loro” Collazo. La fama de la troupe ya había logrado “cruzar el charco”, permitiéndole hacer funciones en Buenos Aires. De todos modos, fue bajo la dirección de Collazo - durante la década del cuarenta-, que se consolidaría definitivamente reuniendo a algunos de los miembros históricos junto con nuevos talentos, entre los que se destacaría el joven Mareco.

En su primera imitación frente al gran público, Mareco parodió al reconocido comediante mexicano, Mario Moreno, mejor conocido como Cantinflas. El aire provocador y sus movimientos despertaban furor en los espectadores. Por eso, bastaron un par de funciones para que Radio Carve se fijara en él; allí el humorista y escritor uruguayo Wimpi lo bautizaría “Pinocho”. Y cuando la flor jugosa del azar parecía no tener nada más que ofrecer, Juan Carlos Mareco decidió arrancarla, ponérsela en el ojal y mudarse a Buenos Aires.

En 1954, firmó su primer contrato con la televisión y condujo el programa Gran hotel Panamá en Canal 7. De aquel ciclo televisivo, se popularizó para siempre la ex­presión Azul quedó, título de una canción que años más tarde versionaría la Mona Jiménez. Incluso, en esa época el expresidente Juan Domingo Perón era uno de sus fieles espectadores. “¿Quién será ese uruguayo que no hace groserías trabajando en la radio y en el Maipo?”. Se preguntaba el General. Así se conocieron.

Cordialmente

El auge de su carrera llegaría ya terminada la última dictadura, durante la cual estuvo proscripto, con el programa Cordialmente. No solo alcanzó picos históricos de audiencia, sino que logró imponer un formato. A priori, este podía parecer tedioso y banal, pero él supo convertirlo en algo fascinante ejerciendo lo que mejor sabía hacer: el arte de la conversación.

Son inolvidables los mano a mano que tuvo en ese espacio con Facundo Cabral, Silvio Rodriguez y Pablo Milanés, Alberto Cortéz, Mercedes Sosa, Alfredo Zitarrosa o Joan Manuel Serrat –quien recoció que fue Mareco, en los años en que trabajó en España, quien más lo ayudó a decidirse a cantar en español. A la hora de entrevistar, Mareco reproducía un clima encantador y conseguía que figuras procedentes de ámbitos muy diversos pudieran coexistir e incluso debatir, logrando que los temas se levantaran como un pacífico enjambre. En suma, fue un programa que vino a desafiar los modismos preestablecidos del monótono formato televisivo.

Le gustaba repetir que si los malos supieran qué buen negocio es ser bueno, serían buenos hasta por negocio. Alejado de los medios, Juan Carlos Mareco falleció a los 83 años. Era conocido como Pinocho, pero aunque le trajera exilio y prohibiciones, nunca dejó de decir la verdad.