Louise Abbéma fue una pionera entre las mujeres de las artes plásticas que se impuso en los salones parisinos de fines del siglo diecinueve a fuerza de talento.
Nacida en el seno de una rica familia aristocrática parisina con estrechos vínculos con la comunidad artística de la ciudad, Louise Abbéma estudió arte con varios maestros pintores. Los retratos de actores y actrices de la Comédie Française dominaron sus primeros trabajos hasta que se hizo un nombre en el Salón de 1876 con su interpretación de la Divina Sara. Abbéma finalmente ejecutó múltiples retratos y, a los veintitrés años, hizo un medallón de bronce de la famosa actriz francesa Sarah Bernhardt, de quien era amiga íntima y posiblemente amante, y a quien luego le dedicaría una pintura utilizando una paleta de colores suaves y sutiles.
Entre sus antepasados se cuentan el conde de Narbona, hijo natural de Luis XVI y ministro en 1791, y la actriz Louise Contat, quien obtuvo su gran éxito como Suzanne en Mariage de Figaro de Beaumarchais. Abbéma empezó a pintar a una temprana edad y estudió con personas notables de la época, como Charles Joshua Chaplin, en 1873, Carolus-Duran, un año después, y más tarde con Jean-Jacques Henner.
Como la mayoría de las mujeres artistas de la época, Abbéma se centró principalmente en retratos y escenas de género (imágenes de la vida cotidiana). Sus retratos de la alta sociedad ejecutados con un toque ligero y pinceladas rápidas revelan las influencias académicas e impresionistas que dieron forma a su estilo. Entre sus asistentes se encontraban diplomáticos franceses y otros miembros notables de la sociedad. Abbéma desarrolló diversas técnicas utilizando pinturas al óleo, pasteles y acuarelas, y trabajó sobre diversos soportes, incluidos los abanicos.
¿Es feliz la mujer artista?, preguntó el periodista Maurice de Waleffe a la célebre pintora francesa Louise Abbéma en una entrevista que el diario Le Figaro publicó el 9 de diciembre de 1901. “¿Que si soy feliz? ¡Por supuesto!”, le respondió. A pesar de la impertinencia, conviene reparar en que, al menos, el periodista unió dos términos: mujer y artista, algo inconcebible apenas unos años antes.
Entre sus principales obras, se han recuperado pinturas, aguafuertes y composiciones decorativas para el Ayuntamiento de París. Durante la construcción del mismo, Abbéma fue la encargada de la ejecución de las pinturas murales decorativas de las cámaras municipales. Entre los muchos honores que recibió se encuentra la nominación como “Pintora oficial de la Tercera República”. En el Salón de París de 1881, obtuvo mención honorífica. También fue premiada con la medalla de bronce en 1900, durante la Exposición Universal de París, y en 1906 fue nombrada Caballero de la Orden de la Legión de Honor.
Asimismo, Abbéma recibió encargos de paneles decorativos para los ayuntamientos de todo París, así como para el Palacio del Gobernador de Dakar en Senegal. Abbéma solidificó su reputación internacional después de exponer obras, incluidos dos murales (sobre lienzo), en el Edificio de Mujeres de la Exposición Mundial Colombina de 1893 en Chicago. Estos encuentros eran grandes exhibiciones que venían teniendo lugar en Occidente desde mediados del siglo XIX, cuando se realizó la primera en Londres. Las distintas naciones mostraban sus avances en materia de industria, bellas artes y tecnología, en pabellones que funcionaban como escaparates de la modernidad. El encuentro también funcionó como una bisagra en la historia del urbanismo norteamericano y mundial.
Abbéma se especializó en pinturas al óleo o con acuarelas y muchas de sus obras muestran la influencia de los pintores chinos y japoneses, así como de maestros contemporáneos como Édouard Manet, considerado el creador de la pintura moderna. Difícil de encuadrar en un estilo artístico concreto, tanto Manet como Abbéma fueron descritos por muchos críticos de arte como los grandes innovadores por la originalidad de los temas elegidos y por el tratamiento pictórico aplicado a sus creaciones. En el caso de Ábbema, su afición por las flores se refleja en muchas de sus obras. Continuó exponiendo en el Salón hasta 1926, un año antes de su muerte, a la edad de 73 años.