La Plata ofrece un fin de semana con múltiples propuestas culturales y recreativas
Una agenda que reúne festivales, actividades infantiles, recorridos guiados, cine, música en vivo y celebraciones barriales para disfrutar en la ciudad.
Romy Schneider fue una actriz que parecía tenerlo todo, desde riqueza hasta el amor de Alain Delon, pero murió tempranamente, atravesada por la tristeza.
07/12/2025 - 00:00hs
Romy Schneider nació con el nombre Rose Marie Albacht-Retty, en Viena, en 1938. Sus padres, Magda Schneider y Wolf Albach-Retty, eran actores de gran prestigio, que tras la anexión de Austria por los nazis decidieron dejar el país, pero no para huir del gobierno invasor, sino para dar su apoyo al Fuhrer más cercanamente.
Las primeras interpretaciones de Romy Schneider fueron frente al espejo de su madre. Precisamente junto a su madre, Romy intervino en su primer film - a los 15 años-, titulado Lilas blancas, donde tenía un pequeño papel y cantaba la canción que sería leit motiv del film. Apenas unos meses antes, había escrito en su diario que deseaba ser actriz: “Cada vez que veo una película bonita, lo primero que se me viene a la cabeza es que, sin lugar a duda, debo ser actriz. Sí, tengo que hacerlo”.
En 1955 volvió a filmar con su madre, una muy exitosa saga de tres películas, Sissi, basada en una muy edulcorada versión de la adolescencia de Elizabeth de Austria, abundante de terciopelos y frivolidades aristocráticas. Los productores descubrieron que el rostro de esa adolescente producía en los espectadores una imantación irresistible, y comenzaron a convocarla, una película tras otra. En Hasta que en 1959 Romy decidió detenerse. Así le escribió a su madre desde París: “No podía más. Decidí abandonarlo todo, pero durante dos años nadie me ofreció nada. Antes, cada nueva semana, tenía que rechazar una nueva Sissi. Mi madre no comprendía el porqué del cambio. Yo sabía que era capaz de hacer algo mejor. Hacía falta resistir; claro que a veces me decía a mí misma: Tal vez estoy equivocada. Pasaba el tiempo fumando y llorando; y le escribía a mi madre contándole que era muy feliz”.
En 1958, Romy Schneider conoció a Alain Delón en el aeropuerto de Orly. A partir de allí, vivieron cinco años de un tórrido romance. Gracias a Delón conoció a Luchino Visconti –con quien hizo películas como Bocaccio 70 y Luis II de Baviera-, y gracias a Visconti conoció a Coco Chanel: “Cuando llegué a su casa, me dijo Usted es una manzana bien alimentada. Era verdad, tenía hambre todo el tiempo. Ella me enseñó a domar el estómago”.
Luchino Visconti estaba tan embelesado por la pareja que formaban Romy Schneider y Alain Delón, que los subió a un escenario para dirigirlos en Lástima que sea una cualquiera. Ella diría sobre esta experiencia: “Tenía tanto miedo que se lo comunicaba a los demás. Trataba de tranquilizarme repitiéndome que todo iba a salir bien. Y temblaba; nunca temblé tanto en mi vida. No le deseo a nadie la noche que pasé”. Llegó a esta conclusión: “El teatro es la experiencia más formidable. Se conoce el oficio cuando uno actúa en las tablas. Para mí es muy duro, demasiado, porque cada vez que estreno caigo enferma”.
El cine seguiría reclamándola para grandes películas. Hizo un papel en El proceso de Orson Welles, y fue una prostituta aficionada al violín, en una película con Melina Mercouri y Jeanne Moreau. Sus compañeros la definían como una mujer impaciente, nerviosa, voluntariosa. La entristecía recordar Viena, Salzburgo y Berchtesgaden. Decía que le hubiera gustado volver a Alemania a hacer teatro.
Romy Schneider venía de un pasado familiar filonazi, pero su primer marido, Harry Meyen, había sido torturado en un campo de concentración en los años de Hitler, y terminaría ahorcándose –víctima de una depresión crónica-, en su casa de Hamburgo. Cuando ocurrió ese hecho, Romy Schneider estaba en México. El matrimonio se había roto unos años antes, pero Harry Meyen era el padre de sus hijos y, seguía uniéndolos una relación amistosa. El dolor la siguió de cerca, el 5 de julio de 1981, uno de sus hijos –Daniel- murió atravesado por la verja a la que quiso trepar para entrar a la casa. Romy Schneider escribiría, años después, en su diario: “He enterrado al padre y he enterrado al hijo, pero nunca los he abandonado y ellos tampoco me han abandonado a mí”. Romy Schneider murió a los 43 años.