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Una heroína en la Gran Guerra

La inglesa Edith Cavell salvó numerosas vidas durante la primera conflagración mundial del siglo XX, no sólo como enfermera sino también ayudando a evadir prisioneros.

En 1907, al terminar sus estudios de enfermería en Londres, Edith Cavell se convirtió en enfermera jefe del instituto médico Berkendael de Bruselas, contratada por el famoso cirujano belga y presidente de Cruz Roja Antoine Depage. Al comienzo de la Primera Guerra Mundial cuidó en él con igual abnegación a heridos de los ejércitos alemanes y de los aliados, y al mismo tiempo formó parte de una “cadena” que logró la evasión de los Países Bajos de doscientos belgas, ingleses y franceses. Fue detenida y condenada a muerte por los alemanes el 9 de octubre de 1915. Tenía 49 años. Su muerte conmocionó al mundo y contribuyó a que la causa alemana perdiera popularidad en América.

Nacida en la localidad británica de Swardestone el 4 de diciembre de 1865, Edith Cavell fue la mayor de los cuatro hijos de un pastor anglicano, el cual los educó en la convicción de ayudar siempre a los más necesitados. Antes de graduarse, Edith ejerció como institutriz tanto en Inglaterra como en Austria, donde pudo visitar un hospital donde se atendía de modo gratuito a todos los necesitados. Luego de egresada y con casi una década de experiencia, viajó a Bélgica en 1907 donde se convirtió en matrona de la primera escuela de enfermería de ese país, destacándose como pionera en la ciencia del cuidado y atención de enfermos y heridos. Con el comienzo de la guerra en 1914 y el estallido de la Belle Epoque en mil pedazos, todo cambiaría para siempre.

En 1910, la propia Edith creó una revista especializada llamada L’infirmière. Cuando estalló la Gran Guerra, en 1914, Edith se encontraba de visita en Inglaterra y tuvo que regresar precipitadamente a Bélgica para hacerse cargo de sus obligaciones en el Instituto. Se ha dicho que con la invasión alemana de Bélgica, Cavell fue reclutada por el MI6 británico para llevar a cabo labores de espionaje (extremo que la propia Cavell nunca llegaría a admitir). Pero cuando el mando alemán dio la orden de que “todos los heridos peligrosos o sospechosos” fueran trasladados del hospital donde estaban ingresados, fue cuando Edith organizó una red de evasión con el objetivo de ayudar a escapar a Holanda a todos aquellos soldados que se habían quedado rezagados o alejados de sus unidades.

A raíz de su filiación con el espionaje o por su vocación humanitaria -o tal vez por ambas cosas- lo cierto es que la enfermera se involucró con el frente aliado y durante ese tumultuoso año donde reinó el terror en Bélgica ella comenzó a ayudar a los soldados a escapar hacia los Países Bajos, gracias a una red franco belga creada para organizar la evasión de las tropas hacia territorio neutral. El contraespionaje alemán, sin embargo, resultó eficaz y Cavell fue descubierta junto con un numeroso grupo de personas gracias al trabajo de un espía germano que se había infiltrado en sus filas. Acusada de haber violado las leyes impuestas por las tropas de ocupación del II Reich, la arrestaron el 3 de agosto y fue encarcelada en la prisión de Saint-Gilles a la espera de un juicio que finalmente llegó dos meses después. El juicio de la enfermera (que decidió no defenderse pues se proclamaba inocente) se celebró entre el 7 y el 8 de octubre de 1915.

Edith estaba considerada una persona sospechosa puesto que no se recataba en expresar sus opiniones personales sobre la ocupación alemana en público, así que el servicio de inteligencia alemán la hizo espiar por una comadrona, que al final logró descubrir la red de evasión y las casas seguras que utilizaba Edith para que los soldados pudieran esconderse durante un tiempo antes de escapar, mientras ella seguía ejerciendo sus labores como enfermera.

Los ingleses utilizaron su muerte para estimular el ingreso de nuevos soldados. Las cifras de reclutamiento se duplicaron y aumentaron de 5.000 a 10.000 incorporaciones por semana después de su muerte. A pesar de las presiones internacionales, el gobierno alemán decidió ejecutarla. Su fusilamiento quedó resonando lúgubremente en el espíritu de la época, alimentando un deseo de venganza.

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