Delincuencia: una realidad que sorprende y asusta

Cada semana, unos 60 presos beneficiados con algún tipo de excarcelación reinciden en nuevos delitos. Al año, son más de 3.000. Síntomas de la corrupción y el Estado ausente

No sabemos bien cuándo lo anormal se volvió costumbre: cuándo la Argentina, que daba de comer al mundo se degradó en la miseria y la pobreza; en qué momento el país al que muchos llegaban huyendo de la guerra se convirtió de pronto en un campo de batalla violento en el que se puede perder la vida a manos de la delincuencia. En cualquier esquina de cualquier lugar.

Sí sabemos las razones: el Estado, que no ataca las causas de la violencia, tampoco se detiene en sus consecuencias. Algunas cifras son contundentes: cada semana, al menos unos 60 presos beneficiados con algún tipo de excarcelación reinciden en un nuevo delito. Al año, son más de 3.000 reclusos, más del 32% de los 9.471 que acceden a salidas transitorias, régimen de semilibertad, programa de prelibertad, prisión discontinua y semidetención, según el último informe del Sistema Nacional de Estadísticas sobre Ejecución de la Pena (SNEEP) que elabora el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación. Son los síntomas de un sistema que, falto de infraestructura, padece sobrepoblación carcelaria, pero también con jueces y fiscales que -salvo honrosas excepciones-, lejos de aplicar la ley sin mirar a quien, prefieren nadar en ríos de corrupción.

Fue el propio ministro de Justicia y Derechos Humanos, Germán Garavano, quien por estos días reconoció que “en Argentina no va preso nadie”.

Los casos abundan. Muchos permanecen invisibles, se olvidan y quedan impunes, sus victimarios libres, los jueces, lentos, se solazan en negocios turbios con el peculio de todos y permanecen en sus sillones de burócratas. Pero hay veces que el delito se perpetra con saña inaudita y llega a los medios. Entonces sí, al Poder Judicial no le queda más remedio que actuar, aunque sea al ritmo de una tortuga, aunque las muertes ya cuenten con varios años de lágrimas: hoy, Matías Bagnato volverá a ver al asesino que hace 24 años prendió fuego su casa de Flores, matando a su mamá, a su papá, a sus dos hermanos y a un amigo. Matías, que se salvó saltando del balcón en medio de las llamas, se revuelve en el horror de aquellos días de solo imaginar que ahora la Justicia podría dejar en libertad al múltiple homicida.

La lentitud exasperante, seguida de impunidad, alcanza también el caso María Marta García Belsunce, un crimen que 16 años después vuelve con nuevas hipótesis, mientras el asesino permanece suelto, perdido entre nosotros.

Y más acá en el tiempo, todos nos conmovimos en abril pasado con el asesinato a sangre fría del colectivero Leandro Alcaráz, baleado mientras conducía en La Matanza. Sin condena firme, un puñado de detenidos y otros relacionados con el caso en libertad, la familia sigue reclamando Justicia. 

El delito deviene así en una espiral amenazante que asusta. Ayer nomás, una huelga de colectiveros del Gran Buenos Aires buscó visibilizar el violento asalto a mano armada que sufrió un chofer, ante el silencio de las autoridades bonaerenses. 

La Plata, capital de esta Provincia pica en punta en la ola delictiva. Sin garantías de ningún tipo y desconfiados de la Justicia, las víctimas, las familias que las sobreviven, los vecinos en general, se sienten indefensos, desamparados y peligrosamente comienzan a armarse. Los mueve el instinto natural de supervivencia, ese que el pasado fin de semana llevó a un joven de City Bell a perseguir con un palo a los delincuentes que, a fuerza de golpes, intentaron robarle el auto a su abuelo.  

La ley del talión, del ojo por ojo, del sálvese quien pueda solo puede engendrar más violencia. La única salida posible, saludable, es una Justicia eficaz, equitativa, con jueces y fiscales probos, que los hay. En cambio, el Poder debe depurarse de magistrados que se venden al mejor postor. Que no aplican el principio fundamental del Derecho: la igualdad de todos ante la ley. Recuperar la confianza perdida puede resultar una tarea titánica. Alguna vez habrá que empezar, si lo que se quiere es dejar de regar el suelo con sangre argentina. Y devolverle al país la paz que conocieron los primeros inmigrantes en aquella Patria que, de tan lejana, ya nos parece ajena.