Florece la esperanza

Dice la canción: “Se robaron todo, enajenando nuestro corazón”. Y sin embargo, cuando parece que nos doblegan, seguimos en pie.

Dice la canción: “Se robaron todo, enajenando nuestro corazón”. Y sin embargo, cuando parece que nos doblegan, seguimos en pie. 

Despunta la primavera, en una jornada que, como pocas, se perfila con clima agradable, con el sol probablemente como testigo, invitando a olvidar las penas, a caminar sobre alfombras de césped, respirar aire puro y perderse entre los jóvenes que celebrarán su condición de estudiantes: una merecida pausa en sus vidas, ahora que la educación viene tan castigada, y en las nuestras, para contagiarnos de jovialidad, amor, energía, esperanza. 

Sobre todo la esperanza que, como las flores, renace en esta fecha.

No hay otro mes que traiga más promesas que septiembre. Lo descubrimos en el color de las flores, en los árboles con hojas nuevas, el canto cándido de los pájaros, el revoloteo de mariposas, las parejas prodigándose amor, los amigos en torno al picnic, liberando endorfinas, el rostro sonriente de los niños que invaden parques y plazas.

Todos aprovechando las libertades de una estación que, pese a todo, trae ilusiones: las derrotas del último invierno se olvidan por un momento; el viento y las lluvias ya no son lo que eran en agosto y, si aparecen, sospechamos que a la brevedad saldrá el sol con su tibieza reparadora. 

Lo presentimos en las jornadas cálidas de la víspera y anhelamos la llegada de este 21 acaso con la esperanza infinita que abrigábamos cuando jóvenes, la edad en la que nos juzgábamos inmortales, en la que todo estaba por suceder, en un porvenir que, soñábamos, debía parecerse al paraíso.

Es como si con cada primavera volviéramos a ese tiempo en el que éramos bellos y sonrientes, recordamos los que fuimos, nos creemos, en efecto, más jóvenes. Es una ilusión, pero qué sería de nosotros sin ese motor que nos invita a vivir, a dar batalla cuando creemos que todo está perdido. 

Cómo no soñar con un mañana mejor, con un futuro gobernado por gente buena que transforme la crisis en oportunidad para todos, cómo no imaginarlo siquiera ahora que la primavera está en el aire, que no se la han robado; cómo no brindar por ese sol. Al fin y al cabo, el único que sigue saliendo gratis. 

La primavera estudiantil

Junto con la primavera, los estudiantes celebran hoy su propio día, como parte de una tradición que ya lleva más de cien años.

Fue en 1902 que Salvador Debenedetti, presidente del Centro de Estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras, con apenas 18 años, propuso que el 21 de septiembre se celebrase el “Día de los Estudiantes”. La fecha no fue casual: este día, pero de 1888, los restos de Domingo Faustino Sarmiento arribaron a Buenos Aires desde Asunción, Paraguay, donde había muerto el 11 de septiembre. La idea de Debenedetti se impuso en su facultad, con actos que en un principio se redujeron a lo académico, pero que con los años se expandió al resto de las facultades y trascendió el aula. Hacia la década del ‘20, el festejo estaba consolidado entre los jóvenes y ya desde los ‘50, los picnics y la celebración de la primavera se convirtieron en un clásico.