La Plata: concejales, despierten

Nació de un sueño. El de Dardo Rocha, que la concibió con sus diagonales, plazas cada seis cuadras y tilos. Un cuadrado prolijo, perfectamente diseñado, con un patrimonio arquitectónico invaluable.

Nació de un sueño. El de Dardo Rocha, que la concibió con sus diagonales, plazas cada seis cuadras y tilos. Un cuadrado prolijo, perfectamente diseñado, con un patrimonio arquitectónico invaluable.

Pero de aquella metrópolis que supo ser La Plata hoy parece quedar apenas un fantasma. Porque esa urbe, que en otro tiempo fue brillo y esplendor, poco a poco fue expulsando del sistema a miles de familias. De ello dan cuenta los 129 asentamientos que convierten a esta capital en el lugar con más barrios precarios de la Provincia de Buenos Aires, según las últimas cifras oficiales. 

Junto a esta urgencia, lo que queda es una exhibición de calles rotas y baches; de suciedad, ante un servicio de recolección de residuos ineficiente, que sigue en manos de una empresa monopólica y cuyo contrato no se renegocia ni se transparenta; de zonas que, ante la mínima precipitación, continúan sufriendo el drama perpetuo de las inundaciones.

Y sin embargo, en esta ciudad cuyo intendente (en línea con el color político que lo ungió) no parece ofrecer retribuciones, los platenses salen a lucharla y pagan sus impuestos mes a mes. 

Aunque nadie les explique, por ejemplo, ¿en qué se gasta el dinero de todos nosotros? ¿En qué, sino en garantizar los servicios básicos? Por ejemplo, una mejor calidad del transporte público, que, sobre todo en fines de semana y feriados, suele brillar por su ausencia durante largos lapsos.

Lo hemos publicado en este diario. El Estado no es una empresa ni una estancia al mando de un patrón, sino el conjunto de una comunidad, a la que contribuimos todos, con responsabilidades distribuidas. La del Intendente es velar por la armonía de esa comunidad; la de los concejales, impedir que el jefe comunal se exceda en sus funciones, ponerle coto, si fuera necesario (como en esta coyuntura), y asegurar el buen uso del dinero que aporta el ciudadano. Deberán saber que el soberano no está dispuesto a suicidarse en masa, que en sus manos está el poder del voto y la memoria. 

El incesante tiempo ya marca la cuenta regresiva para el gobierno. De sus actos dependerá quedar en la historia o el olvido.