La “presidenta” Lagarde planta bandera

La presidenta del Fondo Monetario Internacional (FMI), Christine Lagarde, con total desparpajo y convencimiento, habla ya como una compatriota más: “Vamos”

Los Estados Unidos han vuelto a plantar bandera sobre la Argentina, a punto tal que la presidenta del Fondo Monetario Internacional (FMI), Christine Lagarde, con total desparpajo y convencimiento, habla ya como una compatriota más: “Vamos”, ha dicho en las últimas horas, junto al ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, al anunciar las medidas que deberá cumplir el Gobierno para hacerse con el total de su préstamo.

Esa primera persona del plural, inclusiva, delata lo que no se atrevería nadie: creerse local en Patria ajena.

Con un anfitrión como nuestro Presidente, Lagarde no podría sentirse menos. Lo anticipamos ayer y, por más que lo lamentamos, la realidad nos fuerza a repetirlo: el Gobierno, que dilapidó las reservas y luego los US$15.000 millones del primer desembolso del Fondo, ahora debe rifar el país para que no entremos en default.

El Estado no puede gastar más de lo que tiene, y debe endeudarse para pagar la gran deuda que no construyó escuelas, ni hospitales, ni viviendas, ni avanzó hacia la utopía de la pobreza cero. Sino que todo fue para alentar la bicicleta financiera que fuga capitales y llena los bolsillos de los amigos del poder.

La fiesta, de la que participaron unos pocos en estos más de tres años, terminó. Quedó la resaca, el fantasma del default que hay que alejar. Con ese objetivo, el nuevo acuerdo con el Fondo comprende un total de US$57.100 millones y el adelantamiento de US$36.200 millones hasta 2019. Desembolsados ya US$15.000 millones, quedarían apenas unos US$6.000 millones disponibles y una deuda sideral para quien gobierne en 2020.

A cambio, el FMI pone su condición sine qua non: el déficit cero al que el Presidente se compromete y nos compromete. Y la baja de la inflación, con medidas drásticamente recesivas: congelando por primera vez en 20 años la emisión de dinero para evitar nuevos aumentos de precios y un esquema de dólar libre hasta un techo de $44, que podría subir más. Pues, con el default acechando, el Gobierno no se puede dar el lujo de gastar los dólares del Fondo interviniendo en el mercado.

Pero déficit cero implicará, sobre todo, despidos masivos en el Estado, expulsando del sistema a trabajadores que tampoco encontrarán refugio en el sector privado.

Las consecuencias son previsibles: sin empleo, sin poder adquisitivo, la pobreza -que ya arroja números terribles (Ver aparte)- aumenta, el mercado interno se achica más, el consumo se enfría, la recesión se profundiza y los despidos se expanden como parte de un cerrado círculo vicioso.

Recién entonces, con tantas víctimas y caídos del mapa, cuando nadie tenga ni para pagar por una luz que lo alumbre, quizá entonces la suba de precios se detenga. En ese cementerio de PyMes e industrias, de bolsillos flacos y desempleo, puede que no haya inflación.