El territorio más grande del país es central tanto para la unidad del oficialismo como para mantener abierto el diálogo con la oposición. Las reuniones de Kicillof y Batakis con los intendentes. El papel de Massa.
El gobernador de la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof, mantuvo en los últimos días tres reuniones importantes, más de lo que parecería a primera vista. Dos de ellas fueron con intendentes de la oposición: radicales primero, y al día siguiente, del PRO. La tercera fue con Malena Galmarini, la titular de la empresa estatal Agua y Saneamientos Argentinos (AYSA).
A lo largo de todo su gobierno, Kicillof ha mantenido sabiamente en el centro de su atención a los intendentes, tanto propios como ajenos. Supo polemizar con jefes comunales de la oposición cuando hizo falta, ya sea por sí mismo o a través de figuras muy cercanas como Carlos Bianco, pero también estuvo siempre abierto al diálogo.
Por eso, en momentos en que la población se encuentra en aprietos económicos, el gobernador decidió mantener reuniones con intendentes del frente opositor Juntos. Lo hizo el miércoles con alcaldes de la Unión Cívica Radical (UCR), y el jueves con otros que revistan en el PRO. Son las dos patas de una coalición inmersa en su propia interna encarnizada; quizás por eso no fueron juntos, a pesar del nombre que eligieron.
Los intendentes del Pro ya se habían reunido con el jefe de Gabinete bonaerense, Martín Insaurralde, quien, como ellos, también es, o fue, intendente, y nada menos que de Lomas de Zamora, uno de los distritos más complejos del conurbano. Le hicieron saber que buscaban un encuentro con Kicillof en persona, y finalmente ese encuentro se produjo.
Los reclamos de los intendentes, que el gobernador se comprometió a atender, no provocan sorpresa: fundamentalmente, pidieron más rapidez en la transferencia de fondos en los que confían para llevar adelante la gestión de sus respectivos distritos. Pero los cónclaves tienen una significación más profunda: muestran a un gobernante que está dispuesto a escuchar, a atender a quienes militan del otro lado de la grieta, algunos de los cuales incluso aspiran a reemplazarlo en 2023, como es el caso de Gustavo Posse, el radical que gobierna en San Isidro, o Néstor Grindetti, el macrista que rige los destinos de los habitantes de Lanús.
Kicillof sabe que descomprimir la tensión en la Provincia es su mejor apuesta. Es, además, una muestra de responsabilidad política y social. Bajo su mando se encuentra el territorio más poblado y multiforme del país. Se ha dicho más de una vez que un gobernador de Buenos Aires es un pequeño presidente, y él, que busca quedarse cinco años más en el sillón de Dardo Rocha (como lo hacía constar diario Hoy hace dos semanas), también tiene una buena cuota de influencia en la custodia de ese otro sillón, el de Rivadavia.
Kicillof es el líder indiscutido del Frente de Todos en el complejo territorio que le tocó gobernar, el más grande del país. Buenos Aires es la provincia con mayor peso electoral y también donde los conflictos se expresan con mayor potencia. El conurbano, con su composición socioeconómica tan heterogénea, y el interior, donde el sector agropecuario hace gala de su poder, son las dos zonas de una jurisdicción que suele definir el rumbo de los acontecimientos, y no solo en términos electorales.
En tiempos delicados, lo que ocurra en la Provincia es crucial. Por eso, también, fue relevante el encuentro que jefes comunales del Gran Buenos Aires mantuvieron con la ministra de Economía, Silvina Batakis, en el Día del Amigo. En este caso se trataba de intendentes oficialistas, que le transmitieron su apoyo.
La figura de Massa
La reunión con Malena Galmarini, en tanto, podría considerarse una de tantas actividades en la agenda del gobernador, pero su importancia tiene que ver con el momento político en que se dio. Ocurre que, además de ser la mandamás de AYSA, Galmarini es la esposa de Sergio Massa, el presidente de la Cámara de Diputados y hombre clave en la articulación entre los dos principales sectores del Frente de Todos. A veces, la presencia de Galmarini actúa como sustituto de la de Massa, quien, quizás justamente por ese rol informal que ocupa, quizás por una estrategia personal, no prodiga sus intercambios públicos.
La crisis que produjo la intempestiva renuncia de Martín Guzmán al Ministerio de Economía, entre otras cosas, dejó a Massa en un lugar delicado. Cualquier paso en falso en su rol de mediador podía resultar perjudicial, pero, además, los referentes del Frente Renovador (FR) en la Provincia comenzaban a manifestar señales más o menos abiertas de descontento. Sentían que su jefe político había dejado de lado sus propias aspiraciones durante demasiado tiempo, en atención a los tiempos delicados que se vivían, y que la situación no podría sino desgastarlo.
Por eso, Massa reunió a su tropa bonaerense en San Fernando, bien cerca de Tigre, de donde tanto él como Daniel Scioli son oriundos. Allí, una vez más, apostó por la unidad. Poco después se difundieron los resultados de una encuesta que mostraba que el jefe de Diputados había duplicado su imagen positiva en el crucial territorio bonaerense.
Pues bien, la reunión entre Kicillof y Galmarini, ocurrida casi sobre el final del cónclave bonaerense del FR, tuvo como objetivo formal analizar las obras que AYSA está llevando adelante en la Provincia, pero también debe leerse en clave política: fue otro signo de unidad y de calma en el frente de gobierno.