EN FOCO

Sí, sí, se puede

Una Argentina sin inflación, pobreza ni inseguridad. Una nación de iguales, que retome la senda del crecimiento y la producción. Esa es la patria que deseamos y sobre la que esperamos poder escribir

Hola, lector, lectora. ¿Cómo le va?

Por fin, después de tantas promesas incumplidas, de tanta hipocresía y corruptela, amanecemos en esta Argentina, en la que el sol brilla por más nublado que parezca el cielo.

¡Qué lejos quedó el problema de la inflación! ¿Se acuerda cuando los precios subían y subían? ¿Cuando ir al supermercado era tan insoportable como un dolor de muelas? No diga que no recuerda cuando nos caíamos desmayados al ver las facturas de luz, agua y gas. O aquella vez en que un Presidente y sus ministros, empujados por la presión social de los cacerolazos, tuvieron la brillante idea de financiarnos el gas en cuotas. Esa especie de Ahora 3 para pasar el invierno. 

Hoy se sonríe y le parece una anécdota. Pero si habrá penado por tener que endeudarse para pagar servicios que se interrumpían ante el mínimo colapso. Por suerte, todo eso es cosa del pasado, ahora que llegamos al autoabastecimiento y no dependemos más que de nosotros mismos.

Era hora, después de tanta mentira. ¡Porque vaya si nos mintieron! Pasamos de un Gobierno que dibujó todas las cifras a otro que sostuvo metas imposibles de cumplir, con funcionarios de rostro sonriente que repetían como loros que la inflación estaba bajando, cuando lo único que bajaban eran los salarios. Pero acá estamos. Ha pasado tanto tiempo que si hoy nos preguntaran qué significa inflación no sabríamos qué decir. 

Cuán gratificante es salir a las calles y verlas llenas de gente, con la sonrisa espontánea, la felicidad a flor de piel, colmando centros comerciales en los que los empleados también sonríen. El consumo y el pleno empleo son gloriosos síntomas de esta época. La economía ha recuperado la virtuosa senda del crecimiento, en el que la producción y las inversiones valen más que la especulación financiera. 

¡Porque ahora hay inversiones! ¿Qué me dice de esta lluvia verde después de tanta sequía? La Argentina ha vuelto a ser ese poderoso imán capaz de atraer a todos. Incluso a los nuestros.

Ya no hay argentino que imagine un futuro lejos de su país, ya nadie cruza el continente en busca del sueño americano o europeo. Los jóvenes se forman, trabajan y hacen sus aportes acá, en la patria de sus padres, de sus abuelos. Ellos son el espejo en el que se miran: les devuelven el reflejo de un Estado en el que ahora confían. Porque se envejece con dignidad, una jubilación alcanza para alimentarse, disfrutar de los nietos, llevar una vida tranquila y reposada después de tanto esfuerzo.

¡Los viejos ya no se nos mueren de tristeza ni tienen que hacer agotadores juicios para que el Estado les pague lo que les corresponde! ¿Cómo no vamos a celebrar eso, lector?

¿Cómo no vamos a festejar que otra vez somos ese granero del mundo capaz de alimentar como corresponde a los nuestros, con capacidad para exportar al resto de las naciones? El mercado interno florece, hemos recuperado la fertilidad de este suelo en el que basta una semilla para que todo germine.  Aprendimos que la sequía o las inundaciones, esas piedras en el zapato del agro, son fenómenos cíclicos que se pueden prever.

Tenemos un Estado que nos protege, que estimula a las PyMes con créditos blandos, que no las asfixia con presiones impositivas, que las blinda contra la competencia internacional con sendos aranceles a la importación.

Producir en Argentina es barato y redituable. La industria pesada, la pesquera, la textil han vuelto a ser lo que eran. Todo marcha tan bien que han desaparecido las cuotas y ya no nos endeudamos para vestirnos o amueblar la casa.

¿Y qué me dice del Astillero Río Santiago o de Fábricas Militares? ¡Si habremos lamentado las veces que tuvimos que informar que estaban al borde de la extinción, sin fondos ni producción! Todo es distinto hoy: los barcos han vuelto a surcar los mares y las Fuerzas Armadas cuentan cada vez con más armamento y profesionalismo.

Dejamos para el brindis final lo más importante, el logro titánico: la pobreza 0, el hambre 0 y la inseguridad 0 son un hecho. Los pobres de antes son la clase media de hoy. Nadie mata por un celular o un plato de comida, porque a nadie le falta. En este país de iguales, la delincuencia no es una opción.

Los criminales de guante blanco ya no existen o son rápidamente condenados: los políticos entendieron que gobernar con dinero del Estado no era enriquecerse sino administrar en pos de un bien común. Hoy, el Estado se sobrepone a los negocios.

Al final, se trataba de abandonar los eslóganes vacíos para pasar a la acción. No había más que crear empleos de calidad, generar mano de obra intensiva a partir de actividades socialmente importantes como la construcción, motor de todo lo que tenemos hoy: caminos, escuelas, hospitales, viviendas. 

¡Ya no hay crisis habitacional! La gente cumple el sueño de la casa propia con créditos accesibles, a 40 años y al precio de un alquiler.

Nos habían dicho que este destino era imposible. Que la exclusión y la desigualdad eran nuestra condena. Ahora, con las necesidades básicas cubiertas, sabemos que nos engañaron. Pero sobrevivimos y ya no queremos volver a entrar en coma.

Este, lector, es el país sobre el que quisiéramos escribir, el que usted desearía leer. Solo que entre usted y nosotros se interpone una incómoda piedra: la realidad que nadie quiere cambiar.