Jubilados, blanco de una cruenta oleada delictiva: el horror como estrategia
Hubo casos en City Bell y Villa Elisa, donde los cacos dejaron gravemente heridas a sus víctimas. De más está decir que al momento no hay detenidos.
Hubo casos en City Bell y Villa Elisa, donde los cacos dejaron gravemente heridas a sus víctimas. De más está decir que al momento no hay detenidos.
11/10/2025 - 00:00hs
La paz de los adultos mayores ya no es garantía. En La Plata y alrededores, una serie de hechos brutales puso bajo la lupa la seguridad institucional: los delincuentes han decidido atacar sin piedad allí donde sus víctimas no pueden defenderse. El blanco preferido son los jubilados, aquellos que viven solos, que poseen escasos recursos y que se han convertido en presas fáciles para bandas que no escatiman violencia ni crueldad.
El episodio más escalofriante tuvo lugar en Villa Elisa, donde una mujer de 80 años fue objeto de un verdadero tormento. Cinco delincuentes ingresaron a su casa, la maniataron, la golpearon hasta desfigurarle el rostro y, en un acto de extrema brutalidad, le arrojaron agua hirviendo sobre el cuerpo. Luego huyeron con lo poco que pudieron sustraer. La víctima fue socorrida por vecinos, trasladada a un centro asistencial y, aunque salió de riesgo vital, quedó con secuelas físicas y emocionales.
Este hecho —extremo en intensidad pero no aislado en naturaleza— se suma a otros ataques registrados en los últimos días. En City Bell, un jubilado de 74 años fue derribado, atado con precintos y despojado de una suma importante en dólares y pesos. En otro caso, un hombre de 84 años sufrió un ingreso forzado mientras veía televisión: los asaltantes permanecieron una hora y media en la vivienda, golpeándolo y amedrentándolo para obligarlo a entregar lo que tenía.
La violencia física no es el único elemento común. También aparece un componente simbólico: las agresiones tienen un carácter exhibicionista. Los delincuentes buscan que su ferocidad quede grabada en la memoria de la víctima y del barrio. Ya no basta con robar; deben imponer miedo, devastación psicológica y una demostración de poder.
A las víctimas no les queda otra que asumir el estigma del aislamiento. Viven con temor permanente, ya ni siquiera se atreven a abrir la puerta con confianza. Sus familiares se organizan en turnos vigilantes; algunos renuncian a salir, otros instalan sistemas de seguridad cada vez más sofisticados. Pero muchas veces esas medidas resultan insuficientes frente a bandas organizadas, osadas y capaces de anticipar movimientos policiales.
Mientras tanto, la sociedad civil podría organizar redes de contención solidaria: grupos de acompañamiento, vecinos vigilantes y mecanismos de cooperación directa con las fuerzas de seguridad.