ENTREVISTA A LUISA VALENZUELA

“Apelar al humor resulta necesario para no angustiarse demasiado”

La escritora se convertirá en la tercera mujer en inaugurar la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, que este año celebra su 43º aniversario. Lo hará, según afirmó, “en un momento complicado, en el que hay mucho para decir con respecto a la cultura y la educación”

El próximo 27 de abril, Luisa Valenzuela se convertirá en la tercera escritora en dar el discurso inaugural en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, que este año celebra su 43º aniversario. La tarea, a la vez que un “privilegio”, significará para ella “una gran responsabilidad, sobre todo por el momento complicado que estamos viviendo, en el que hay mucho para decir con respecto a la cultura y la educación”, le aseguró a diario Hoy la prolífica autora de títulos imprescindibles como El gato eficaz, La travesía, Aquí pasan cosas raras, Cambio de armas, Cola de lagartija o Realidad nacional desde la cama, entre otros que fueron premiados, traducidos y publicados en más de 17 países.

Pero después de haber dicho tanto, Valenzuela no sabe si va a poder decir “todo lo que quisiera” en ese gran evento literario que también la tuvo como jurado del primer Premio Literario Fundación El Libro y que, antes que ella, solo abrieron dos mujeres: Griselda Gambaro en 2005 y Angélica Gorodischer en 2009.

 

—¿Dentro de todo eso que quisiera decir, qué aparece con más fuerza?

—La palabra de la mujer intelectual, porque siento que seguimos siendo poco escuchadas, que estamos desvalorizadas, pese a que en nuestro país hemos tenido y tenemos muchas y muy buenas escritoras. No será un discurso de certidumbres sino de propuestas, de aperturas para mirar la situación desde otro ángulo.

—A lo largo de su obra, una de las herramientas para mirar desde ese “otro ángulo” ha sido el humor. ¿Aplica a este momento?

—Es verdad, el humor ha sido muy importante para mí, me ha servido parar abrir puertas poco frecuentadas. Hay cosas que no son risibles pero, como generalmente las autoridades no tienen sentido del humor, las podemos sorprender por ese camino. Hoy en día, apelar al humor se hace necesario, no solo para entender la situación, sino para no angustiarnos demasiado.

El absurdo, lo grotesco y la ironía han sido verdaderas armas para Luisa. Sobre todo a la hora de enfrentar la violencia y demorar la censura de la última dictadura militar, que no obstante en 1979 la expulsó a Nueva York por diez años.

De ella, otro maestro de la ironía como Jorge Luis Borges dijo alguna vez que era capaz de “matar” a su madre “por un juego de palabras”. Entre risas, Luisa concedió que “el lenguaje, como decía (el filósofo alemán) 

Martin Heidegger, es la casa del ser, y por lo tanto mi casa. Yo me siento a mis anchas ahí dentro, es una guía para ver más allá de lo que sé, para tratar de alcanzar ese punto en que algo casi no puede ser dicho. Es decir, al mismo tiempo que nos limita, el lenguaje nos permite profundizar en la búsqueda”. En esa indagación, reconoció, sacrificó “muchas cosas, aunque lo de matar a mi madre era una de las tantas picardías de Borges. Porque si bien es cierto que muchas veces queremos matarlas (risas), yo admiré mucho a mi madre, que me permitió volar en total libertad”.

La larga sombra de su madre, la famosa escritora y periodista Luisa Mercedes Levinson, fue para Valenzuela un motor para abrirse “un camino”, para “escapar” de su casa de Belgrano, a la que acudían personalidades ilustres como el propio Borges, Ernesto Sábato, Eduardo Mallea, Conrado Nalé Roxlo, pero que pertenecían a un mundo “ajeno” sobre el que ella no quería descansar. “Yo mamé todo eso y, si bien era una lectora voraz, no me interesaba hacer literatura, quería aventuras. Por eso a los 20 años me casé con un marino mercante francés y me fui a vivir a Francia. Allí escribí mi primera novela, Hay que sonreír, una obra profundamente porteña”.

—En un punto, resulta hasta sintomático que su primera obra se haya gestado lejos de su casa...

—Sí, viajando, que era lo que yo quería hacer de chiquita, cuando me escapaba por los techos o para ir a dar vueltas a la manzana. Siempre quise saber qué había del otro lado, el conocimiento me despertó una enorme voracidad. Y eso es la escritura también: ver qué hay más allá. Pero siempre escribí sobre mi país, el alejamiento me permitió tener una perspectiva más lúcida.

—¿Fue esta curiosidad la que también la conectó con el periodismo?

—Por cierto, y el haber tenido un maestro extraordinario, Ambrosio Vecino, que dirigía el suplemento gráfico de La Nación. Cuando volví de Francia, en 1961, me contrató de planta. En aquel entonces me interesaban varias carreras, de ciencias exactas sobre todo, pero a través del periodismo me di cuenta de que podía vivir tantas experiencias, y sobre todo viajar.

“¡Dios mío, qué horror!”, enfatizó de repente Luisa, como quien toma conciencia: “¡Los viajes me persiguen! El 19 (de marzo) tengo que salir de gira por España, después a París, donde se publicará en francés mi novela La máscara sarda, el profundo secreto de Perón y luego a Serbia, donde aparecerá traducido otro libro mío”.

—Motivos para viajar no le faltan, ¿con la escritura ocurre lo mismo? ¿Hay algo que todavía no haya dicho? 

—Más allá del discurso que preparo para la Feria, tengo a medio camino una especie de mémoire que por ahora se titula Circo de tres pistas. Ya completé la primera pista, ahora debo encontrar una nueva voz para poder continuar. Por otro lado, no sé si quiero seguir escribiendo ficción, tengo la sensación de que ya he publicado demasiado. Aunque antes de viajar a Cerdeña dije que no escribía nunca más una novela y me encontré con una leyenda tan fascinante que no pude menos que responder con La máscara sarda. Por eso, hoy digo que no escribiría más, pero no sé qué diré mañana. La ficción, además, sirve para explorar y descubrir aquello que no sabemos que sabemos.

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