Crece la tendencia de mudarse a los suburbios platenses

El éxodo hacia los bordes: un modo de vida entre la elección y la necesidad

Durante las últimas dos décadas, incontables familias platenses armaron las valijas y se mudaron hacia los márgenes de la ciudad. Encontraron un refugio del centro, pero también los obstáculos de la vida semirrural

El comportamiento demográfico habitual de las poblaciones ha sido, según las épocas, una lenta o vertiginosa migración del campo a la ciudad. Sin embargo, en los últimos veinte años, La Plata y muchas otras metrópolis fueron el escenario de la parábola inversa: cientos de familias encontraron refugio en los suburbios.

Durante las últimas dos décadas, el crecimiento poblacional en el Casco Urbano y, principalmente, el encarecimiento de los lotes incitaron a muchas familias de pasado citadino a migrar hacia los bordes. Allí dieron comienzo a una vida nueva, cerca de la naturaleza y lejos del estrés, pero lidiando con las incomodidades y acostumbrándose a abandonar de a poco una zona de confort.

Mabel: barro, un sol, una planta, un perro

Mabel Delbonetto y su esposo, Esteban, decidieron que necesitaban un cambio de aire cuando Santiago, el mayor de sus dos hijos, se ensució la zapatilla y dijo: “Uh, lodo”. “En ese momento decidimos que le hacía falta un poco de barro, un sol, una planta, un perro”, recordó risueñamente Mabel.

Nació en Chacabuco hace 40 años y llegó a La Plata para estudiar Ciencias de la Educación. Hace seis, accedió a un préstamo hipotecario. En un principio, el sueño de la casa propia parecía inalcanzable, ante la oferta de terrenos impagables o predios baratos pero sin papeles, hasta que en Etcheverry, 16 kilómetros al sudoeste del centro, ella y su familia encontraron tranquilidad. “Llego a mi casa y me olvido que trabajo frente a Plaza Moreno, mis vecinos me conocen y me fían en el almacén”, enumeró Mabel. Entre las ventajas, destacó una sensación opuesta a la que se transmite por televisión. “Dormimos con la puerta sin llave, el auto abierto y, a veces, cuando me queda algo afuera, los vecinos me tocan timbre para avisar”, relató.

Como contrapartida, Mabel cuenta las desventajas: “Pasan solo dos ramales del colectivo Oeste, con poca frecuencia e impuntualidad. Tampoco hay gas natural. Además, internet es muy mala”. Pese a ello, no duda: “Es el costo que prefiero pagar para tener mi casa y el verde”.

Paula: después de la fiesta, la realidad

Primero, Bahía Blanca; después, La Plata. Hasta 2016, Paula Draghi, de 32 años, había vivido siempre en la ciudad. Hace un tiempo, con Pedro Farías, su compañero de vida, comenzaron a escapar. 

Ambos son docentes y pudieron acceder al Plan Procrear. A fines de julio de 2016, levantaron su primera casa en Arturo Seguí. “Cuando nos mudamos, todo fue una fiesta. Después, chocamos con la realidad”, recordó en diálogo con este medio. “Vivir a 25 kilómetros del centro y sin auto se hace duro. Salimos temprano y volvemos a última hora. Entre la espera y el viaje, se nos va una hora y media”.

Después afloró la solidaridad: los vecinos motorizados avisan por un grupo de WhatsApp  y acercan a quienes no tienen movilidad. Una suerte de “Uber barrial”. El auto simplifica la vida pero dispara los costos: sus vecinos gastan más de 2.000 pesos por mes en combustible. 

Así y todo, Paula no tiene dudas: “La tranquilidad es impagable”.

Gustavo: la alternativa que volvería a elegir

Con el pago escaso que recibió de una indemnización en 2009, Gustavo Moure investigó en los alrededores de La Plata hasta dar con un terreno que pudiera pagar. Lo encontró en Sicardi, pero había un riesgo: no se podían escriturar. “Lo asumí: era lo único para lo que me alcanzaba, pero al mismo tiempo desde que lo vi me enamoré”. 

Gustavo nació en Quilmes y estaba harto del cemento: con su pareja soñaban otro entorno para el hijo que acababa de nacer. Se encontró con el sosiego que había buscado lejos de la ciudad, pero también afloraron esos patrones comunes a todo el anillo que envuelve la capital provincial.

“Algunas calles son realmente intransitables”. Después, todo lo demás: un tubo de 45 kilos de gas envasado, que sale mil pesos, le dura un mes. La conexión a internet es mala y la luz se corta con frecuencia. Sin electricidad, tampoco hay agua, porque es de pozo. Gustavo repasa los pros y los contras: “El condicionamiento de la plata existió, pero ahora realmente disfruto el tiempo que estoy en casa. Elegiría Sicardi otra vez”.

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