De los escombros de un ciclo que marcó la peor racha en la historia del club a instancias definitivas que lo tendrán luchando por coronarse campeón tras 11 años sin poder hacerlo. Diario Hoy describe en detalle la travesía del equipo reconstruido por Zielinski.
Empezar de nuevo. Cuando ya no quedan cartas en el mazo, no hay otra salida que juntar las que quedaron sobre la mesa, barajar y dar de nuevo. Cuando un equipo toca fondo, no solo hay un responsable, y en la cadena de culpables, los dirigentes siempre se llevan la cuota más grande. Pero siempre hay tiempo para mejorar, modificar y avanzar.
Estudiantes de La Plata venía de atravesar la peor racha de su historia. Llegó a 15 partidos sin conocer la victoria, algo que no había sucedido en 115 años de vida futbolística que tiene detrás, y además, se encargó de romper la marca de 697 minutos sin convertir goles, algo que tampoco se había visto hasta el momento. Sin embargo, más allá de las estadísticas, de los récords (negativos) superados, el dolor más grande que tenían los hinchas era la pérdida de identidad futbolística.
Un estadio de primer nivel, pero un equipo que decepcionaba y que no daba entusiasmo para ir a verlo. Demasiado escenario para tan poco espectáculo. El ciclo de Leandro Desábato como entrenador, víctima de un contexto adverso que traía malos resultados desde la campaña de Gabriel Milito, Leandro Benítez, Lucas Bernardi y Gustavo Matosas, fue el que despertó a los directivos del Pincha, que al tocar fondo y ver a un equipo sin vida y muy poco futuro, entendió que era tiempo de la experiencia.
Antes de la pandemia Estudiantes se encontraba a tres puntos de la zona roja del descenso, algunos triunfos y resultados negativos de sus rivales más directos lo dejaron respirar, aunque con las alarmas aún encendidas.
Ante esta situación, no hubo dudas. “Necesitábamos un entrenador de experiencia y creímos que este era el momento de Ricardo (por Zielinski)”, confesó el vicepresidente de la institución, Juan Sebastián Verón luego del triunfo ante Platense y el pase a cuartos de final de la Copa de la Liga Profesional. Y no falló. Es cierto, el final todavía está por escribirse, pero de los escombros del anterior ciclo, a los cimientos que viene instalando el Ruso en esta temporada, hacen ver que el camino es el correcto. A priori, el primer objetivo está alcanzado, ahora, el domingo irán por el propósito de ser primeros y definir los cuartos como local en 1 y 57.
No fue magia, tampoco casualidad. Cuando llegó Ricardo Zielinski convenció a los futbolistas (varios venían de ciclos anteriores), que con trabajo, actitud y sacrificio, el premio iba a llegar. Claro, no fueron solo palabras, volvieron los doble turnos, se fueron los días libres y, con esto, llegaron los refuerzos. La famosa columna vertebral de un equipo: se quedó Mariano Andújar; llegaron Rogel y Noguera; la jerarquía de Sánchez Miño, y la figurita difícil del mercado, Jorge Rodríguez, para manejar los hilos del mediocampo. No fueron muchos, pero se basaron en la calidad y no en la cantidad. Hoy, mucho tiempo después, Estudiantes vuelve a ser protagonista. El sendero no fue fácil, pero como dijo el gran Osvaldo Zubeldía, “a la gloria no se llega por un camino de rosas”.