Osvaldo Pugliese, un estilo inconfundible
Dirigió una de las mejores orquestas de tango de todos los tiempos. Un artista de ejemplar modestia, gran coherencia ideológica y profundo sentido del trabajo.
CULTURAEl campeón mundial de ajedrez tuvo una fuerte relación con nuestro país. Aquí ganó una semifinal, hizo amigos y también vivió un misterioso romance.
07/03/2022 - 00:00hs
El año 1971 había sido atípico en Argentina, pues asumieron sucesivamente dos presidentes de facto: los generales Roberto Levingston y Alejandro Agustín Lanusse. Se buscaba una ciudad que fuera aceptada por todas las partes involucradas en la Federación Internacional de Ajedrez para el match eliminatorio entre los grandes maestros Tigran Vartánovich Petrosian, representante de la Unión Soviética, y Bobby Fischer, norteamericano. Era algo así como la continuación sobre un tablero de la por entonces existente guerra fría. El ganador de ese duelo enfrentaría al año siguiente al invencible campeón mundial, el soviético Boris Spassky.
Buenos Aires se había convertido en la orgullosa capital mundial del ajedrez, para muchos, gracias a las gestiones de Antonio Carrizo. Bobby Fischer y el periodista eran muy amigos. Carrizo lo acompañaba a comprarse zapatos, a hacerse trajes a medidas de cortes caros hechos por uno de los mejores sastres de Buenos Aires. “Una vez lo acompañé a retirar unos casimires ingleses; Bobby se llevó un traje puesto, de repente dobló varios diarios y se los mete en el bolsillo, el sastre lo quería matar. Compraba muchos diarios para leer los comentarios de las partidas de ajedrez”, contaba. Por eso, cuando Carrizo llamó a Bobby Fischer para preguntarle si aceptaba jugar en Buenos Aires el gran match, el “sí” fue inmediato. Petrosian demoró unos pocos meses. Lo cierto es que el momento deportivo de ambos jugadores era un ingrediente excepcional: Bobby Fischer venía con una racha impresionante de 19 triunfos seguidos frente a grandes maestros de primer nivel; Petrosian, por su parte, era el adversario más resiliente que la URSS podía oponerle a Fischer en ese momento, pues ya había sido campeón del mundo, destronando al patriarca Botvinnik y atesoraba una enorme experiencia, pues era 18 años mayor que Fischer-.
Se afirma que Fischer llegó muy resfriado a Buenos Aires y dispuesto a no repetir algunas de las experiencias nocturnas que eran para él uno de los grandes atractivos de la ciudad. Durante años, colegas y amigos trataron de preservar todas esas anécdotas, curiosas y extrañas, por miedo a que Fischer no regresara más. Entre ellas, estaban las inolvidables veladas juveniles de la mano del maestro Larry Evans, cuádruple campeón norteamericano y periodista, quien conocía los tugurios de Buenos Aires como la palma de su mano. No obstante, una de sus pocas noches libres, Fischer fue a cenar a la casa de su amigo Tony Carrizo, quien le hizo escuchar al Quinteto de Astor Piazzolla haciendo Adiós Nonino. A partir de esa noche, como si estuviese enhebrando una suerte de cábala, Bobby exigió todos los días escuchar algo del “Gran Astor”.
La partida contra el soviético fue trepidante. Se llegó a un final parejo y parecía que iba a terminar en salomónicas tablas. Cuando otros maestros hubieran aceptado el alivio del empate, una vez más, la genialidad de Fischer irrumpió como el estallido de una tormenta: halló un camino, sacrificando peones, para incomodar a Petrosian. Tomó la iniciativa y, contra el curso natural de la partida, se alzó con la victoria. Fue tal el furor que generó el triunfo de Fischer que el gobierno nacional lo contrató para que hiciera un ciclo de simultáneas en 17 ciudades del interior del país. El destino le tenía preparado en Tucumán una sorpresa, que haría estallar por los aires sus previsiones.
La terraza del Hotel Cerro San Javier era un paraíso de estrellas bajas y aroma fresco de jazmín. Todo el personal del hotel sabía que nadie podía acercarse a la mesa de Fischer. De pronto una mujer joven, alta, esbelta, llegó hasta la mesa y pidió con firmeza: “Señor Fischer, ¿me podría firmar un autógrafo?”. El maitre se desesperó pidiéndole disculpas a Bobby al tiempo que los mozos la rodearon para evitar más molestias. Fischer dijo por lo bajo: “Qué se vayan todos menos la chica”. Se llamaba Yamila. Fischer la invitó a sumarse a la gira.
Escombros de la distancia
Bobby Fischer creía haber dado jaque mate a su soledad. Le presentó su compañera a Antonio Carrizo diciendo que se trataba de su futura esposa. Carrizo impresionado por la belleza de esa mujer, le propuso trabajar en su programa de Canal 9. Una noche en el Clarigde, Fischer le propuso casamiento; le dijo que podría ser en Buenos Aires, en San Javier o en Nueva York, hacia donde debía regresar. Yamila no aceptó hacerlo de inmediato ante la recomendación de sus padres y prometieron hacerlo al año siguiente.
En 1972, el retador Bobby Fischer destronó en Islandia al entonces campeón mundial Boris Spassky. Para entonces, la misteriosa Yamila ya había sido olvidada entre los escombros de la distancia.