CULTURA
Paradojas de la historia
Nada es lo que parece. Contrasentidos, ambigüedades, contradicciones son materiales con los que parecen haber estado construidos algunas figuras emblemáticas del mundo.
El conquistador francés por antonomasia, el general republicano de la Revolución de 1789, el primer cónsul de la República, el artífice del golpe de Estado del 18 Brumario, el más francés de los franceses, en realidad no había nacido en Francia. Napoleón Bonaparte nació en la isla de Córcega, por lo que era italiano.
El puño de hierro de la Revolución rusa, el hombre que durante casi 30 años gobernó la Unión Soviética, elogiado por algunos por haber convertido a su país en la segunda economía mundial y acusado por muchos de dictador, convertido en el símbolo más crudo del “cuco” ruso, en realidad no era ruso. Josef Stalin había nacido en Georgia, un país ubicado en el mar Negro, en el límite entre Europa oriental y Asia occidental.
El Führer de la Alemania nazi, el canciller imperial que en los años 30 asumió el mando supremo del Estado germano, el que transformó la República de Weimar en el Tercer Reich con la voraz aspiración de conquistar el mundo sembrando a su paso muertes y campos de concentración en nombre de la supremacía alemana, en realidad no era alemán. Adolf Hitler nació en Braunau am Inn, Austria.
El líder fascista que gobernó Italia desde 1922 hasta 1943, y que el 18 de septiembre de 1938, desde el balcón del Ayuntamiento de Trieste, anunció la prohibición de casarse entre italianos y judíos, tuvo, como gran amor de su vida, a una judía. Benito Mussolini conoció a Margherita Sarfatti, en Milán, en 1912. Ella había nacido en Venecia, en el seno de una familia rica de origen judío, lo que no impidió que se convirtiera en la mujer más amada por el Duce, al punto que la nombró directora del Il Popolo d’Italia, el diario oficial de la Italia fascista, y la convirtiera en su biógrafa.
El más marxista de la historia del Perú, el fundador del Partido Socialista peruano, el que mostró las claves más profundas de la historia del país en sus Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, llamado por José Pablo Feinmann “el más grande filósofo marxista de Latinoamérica”, creía fervorosamente en Dios. José Carlos Mariátegui en 1916 se retiró en el Convento de los Descalzos, y nunca dejó de buscar a Dios en el dolor del hombre y en la angustia del mundo.
El guerrillero latinoamericano más emblemático del siglo XX, el comandante argentino de la Revolución cubana, recordado en libros, pancartas, gorras y remeras, el héroe de la batalla de Santa Clara, el combatiente de Angola, el que murió asesinado en Bolivia, había sido declarado inepto para la vida militar por el Ejército argentino. Dice Eduardo Galeano: “Es en ese entonces que el Che atraviesa los Andes en motocicleta y penetra a pie en el Perú, atraído por la leyenda de Machu Picchu”.
El caso de San Martín
El general que liberó a Argentina, Chile y Perú del dominio español, el que organizó el Ejército de los Andes para cruzar la cordillera, el que llamaba a hacer la guerra a “los gallegos” del modo que se pudiera, el que dijo que “si no tenemos dinero, carne y un pedazo de tabaco no nos han de faltar; cuando se acaben los vestuarios, nos vestiremos con las bayetitas que nos trabajan nuestras mujeres, y si no, andaremos en pelota como nuestros paisanos los indios”, porque la muerte es “mejor que ser esclavos de los maturrangos” y lo único que importa es ser libres, pues había sido criado y formado en España.
José de San Martín vivió 27 años en el país ibérico, 22 de los cuales sirvió al Ejército de ese país. Llegó con su familia a Cádiz cuando tenía seis años, volvió a nuestras tierras con 33 años y 12 años después se fue a su exilio europeo. Vale decir, estuvo en total en nuestro país solo 18 de sus 72 años de vida. Lo cual no le impidió ser el héroe que llevó a nuestro país a su libertad.