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Riñas de gallos en La Plata

Las peleas entre aves finas de combate fueron prohibidas por ley desde octubre de 1954. Sin embargo, siguió siendo un muy lucrativo negocio clandestino que tuvo a nuestra ciudad como una de sus grandes sedes.

A comienzos de los años 60, la Policía allanó una casa de Los Hornos sospechosa por la cantidad de gente que concurría a ella todos los domingos. Fueron secuestrados 15 gallos de riña, muchos miles de pesos y otros elementos probatorios, tal como surge de las crónicas de la época.

Las peleas entre aves finas de combate es de muy vieja data, las noticias más antiguas se remontan a Asia. Mil años antes de Cristo ya hay registros de peleas de gallos en la India. Por su parte, Antonio Pigafetta, cronista a bordo de la expedición de Francisco de Magallanes, dejó constancia, en 1521, de haber visto riñas de gallos en Filipinas.

Algunos creen ver en estos combates una forma de competencia deportiva; otros, un despiadado ejercicio de crueldad hacia los animales. En nuestro país, este espectáculo fue prohibido por ley en todo el territorio nacional –salvo en Santiago del Estero, donde hay una ley provincial que lo habilita–, tiene viejo arraigo y ha mostrado una gran transversalidad. A Bernardo de Irigoyen solía vérselo cruzar la calle, todos los domingos, con un gallo mal disimulado debajo del saco. Su sobrino, Hipólito Yrigoyen, frecuentaba también un reñidero situado en la calle Brasil de la ciudad de Buenos Aires. La cancha se levantaba en la casa de un amigo del caudillo radical, quien solía presentarse los domingos, costumbre que no abandonó ni siquiera cuando fue presidente de la República.

Bajo la influencia de Domingo Faustino Sarmiento y de la Sociedad Protectora de Animales, se clausuraron los dos reñideros más famosos de fines del siglo XIX. Los galleros pasaron entonces a la clandestinidad. Tenían una revista especializada, llamada Cacareando, y los 30 centros gallísticos del país estuvieron a punto de formar una poderosa federación. Así estaban las cosas cuando la ley de Protección de los Animales, de 1954, previó para los infractores penas de prisión de 15 días a un año y calificó la riña de gallos como un “acto de crueldad”.

Como tantas veces, la prohibición no hizo más que estimular la práctica sancionada. Pero el negocio no es fácil. La manutención de un gallo de riña insume un presupuesto considerable. Por otra parte, el arte de la cría requiere verdaderas dotes de especialista. Al conocimiento de los remedios caseros, el criador debe añadir una particular habilidad para cruzar las razas.

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