cultura
Gustavo Cerati, un mito que no envejece
Treinta años de carrera lo convirtieron en una de las figuras más reconocidas del rock latinoamericano, dueño de una técnica brillante.
Estuvo cuatro años en coma, preso en su cuerpo y con la mente ausente. Como si su cuerpo ya estuviera abonando una tierra de otra dimensión, adquiriendo la textura del mito. Gustavo Cerati dejó una obra musical donde impera el rigor y una estética personal poderosa y alada.
Comenzó a hacer música con la recuperación de la democracia, era un veinteañero de pose posmoderna enfrentado a las tribus barriales. Al igual que Virus, grupo que nació en la misma época que Soda Stereo, cultivaba un glamour que sorprendía a un público rockero acostumbrado a la austeridad de León Gieco, Miguel Cantilo o Luis Alberto Spinetta. Encarnaba algo nuevo que venía a divertir y a sacudir estanterías. Se inscribía en la tradición Beatle pero la sometía a una revisión de vanguardia. De hecho, las giras latinoamericanas de Soda Stereo tenían algo de la euforia beatlemaníaca.
Rememora Pipo Lernoud que, el primer disco de Soda Stereo, “fue una radiografía de la sociedad de consumo, cruda, divertida, y adelantada a su tiempo. Mi novia tiene bíceps; Te hacen falta vitaminas, y Yo quiero ser del jet-set podrían ser zócalos del programa de Rial ahora, 30 años después. Sobredosis de TV es lo que tenemos hoy, Dietético es lo que somos”. Una música revulsiva y contracultural.
Soda Stereo se formó antes de la guerra de Malvinas, pero la historia viene de antes, de cuando Gustavo Cerati conoció a Hector “Zeta” Bosio estudiando publicidad en la Universidad del Salvador. Zeta estaba en un grupo, Proyecto Erekto, que tocaba éxitos en inglés, donde también estaba Calamaro. Cerati era guitarrista de un grupo de jazz-rock-candombe: Vozarrón. Luego, fuertemente marcado por The Police, formó un trío: Triciclo.
Los amigos pusieron una agencia de publicidad, pero les fue mal, porque se pasaban el día escuchando música. Lo conocieron a Charly Alberti que andaba cortejando a María Laura Cerati, la hermana de Gustavo. En una de las tantas llamadas a la casa de los Cerati, fue Gustavo quien atendió, y conversaron sobre música. Así Gustavo se enteró que Charly era hijo de un baterista, autor de la célebre canción infantil El elefante trompita. Quedaron en encontrarse y, luego de escucharlo tocar la batería, el trío quedó formado. Dudaban entre llamarlo Soda o Estéreo. Decidieron juntas las dos posibilidades. Nadie podía entonces sospechar que había nacido una de las bandas de rock más populares de Latinoamérica.
Gustavo Cerati era tan buen cantante como guitarrista y compositor. Aquellos que, al escuchar al primer Soda, lo confundieron con un frívolo, advirtieron que en sus letras siempre brillaba la extrañeza y una resonancia zen. Procesaba de una manera muy personal todas las influencias que recibía. Fue alguien que creó sus propios códigos. Como dijo el escritor Marcelo Figueras: “Cumplió un rol especial, aquel del que irrumpe desconociendo las tradiciones del lugar, para producir lo que el tiempo convertirá en una tradición nueva; enriqueciendo, en suma, el canon que había nacido para desafiar”.
En la última etapa de su carrera incluyó colaboraciones con Mercedes Sosa, Spinetta, Fito Paez y Shakira, entre otros. Pero interactuar con otros artistas no lo hacía perder esa elegancia en las formas que fue una de sus más fuertes marcas identitarias.
Su último recital lo dio en Caracas, fue el 15 de mayo de 2010, como cierre de su gira “Fuerza Natural”. La última canción de ese recital fue Lago en el cielo, en la que confiesa que a veces no puede con la soledad, hay espejismos que aumentan la sed, y “el tiempo es arena entre mis manos”. Tenía 55 años, y una sofisticación no reñida con la emoción.
“Me perdí en el viaje. Nunca me sentí tan bien”, dice en Fuerza Natural, la canción que da título a su último disco. En nuestro propio viaje siempre lo encontramos, y comprobamos que su música se siente tan bien como siempre.