CULTURA

Marlon Brando y los secretos de su inolvidable Vito Corleone

A su estreno, El padrino batió récords de recaudación en la historia del cine. Contó con un elenco de estrellas, pero la interpretación de Brando quedó en la historia por muchos motivos.

En sus inicios, Hollywood asoció al mafioso con el solitario canalla ávido de poder y raramente italoamericano. En El padri­no la mafia es un entramado de intereses con hilos que todo lo atraviesan, y en su cúspide hay un hombre poderoso, sin escrúpulos, cuyas palabras son bofetadas en el aire. El escritor Mario Puzo había vendido a Francis Ford Coppola en 12.000 dólares los derechos cinematográficos de su novela, tras lo cual partió a Las Vegas a celebrar por tiempo indeterminado; todo lo que sabía sobre la mafia lo había aprendido en cafetines de aquella ciudad, en conversaciones de desa­yuno con viejos croupiers de los tiempos de Bugsy Siegel. De esas conversaciones entre café aguado y donas ahumadas nacería el personaje de Vito Corleone. Puzo creía haber hecho un buen negocio. Coppola invirtió seis millones de dólares, y llegó con muchas dudas al 15 de marzo de 1972, fecha del estreno. La película batió en ese momento récords de recaudación en la historia del cine, solo en Estados Unidos embolsaron 135.000 millones de dólares. Sumando a lo recaudado en el resto del mundo, llegarían a los 260.000 millones.

“¿Por qué lo compré?”, fue lo primero que se preguntó Coppola, ya que el libro de Puzo le había parecido una auténtica porquería. Su padre Carmine y su socio George Lucas tuvieron que convencerlo para que aceptara escribir el guion y dirigir la película. Incluso cuando se estaba vistiendo para el estreno seguía lamentándose: “Por culpa de pavadas como esa estúpida cabeza sangrante de caballo no me quedó lugar para decir la mitad de las cosas que quería decir”. Asimismo, Puzo sabía que El padrino no podía ser interpretado sino por Marlon Brando, por lo que acabaría abogando fervientemente por el actor cuando Paramount empezó a desarrollar su adaptación con Coppola a la cabeza. Ambos tendrían que luchar con uñas y dientes para que fuese posible.

Insubordinado, rebelde, soberbio e incurablemente mujeriego, a finales de los años 60 Marlon Brando era tildado de persona non grata en cualquier proyecto de envergadura. Por eso los ejecutivos de Paramount, con Charles Bluhdron y el presidente Stanley Jaffe a la cabeza, querían a cualquier actor excepto a Brando. Se habían barajado muchos nombres –Ernest Borgnine, Richard Conte y Anthony Quinn–, pero, a pocos días de empezar el rodaje, Coppola sentenció: “Será Marlon o no se hará la película”.

La preparación de Brando para el personaje consistió, entre otras cosas, en internarse en barrios inmigrantes italianos vagamente mafiosos, escuchar cintas de un juicio en el que había participado Frank Costello, uno de los mafiosos reales en los que se inspiró Puzo; también tuvo muchas entrevistas con Al ­Lettieri, el protagonista del filme Nido de ratas, que tenía familia en la mafia, e incluso una noche fueron juntos a cenar a casa de su familia en Nueva Jersey. Por otra parte, su transformación física durante el rodaje no solo implicó el tipo característico de semimatón vestido de impecable traje importado, sino también al dentista Henry Dwoek y el maquillador Dick Smith, quienes diseñaron unas prótesis que Brando se introducía en la boca, además de una larga sesión de látex líquido cada mañana para envejecerlo.

Se ve a Brando, ya definitivamente convertido en Vito Corleone, apoyando con la mano derecha su mentón para escuchar en silencio, como el hombre honorable que es, el ruego inoportuno de Bonasera el día de la boda de su hija, mientras que con la otra mano hace un gesto para que le ofrezcan un whisky que calme sus lágrimas. Antes de ver su cara, se oye una voz que parece arrastrarse en vidrio molido: “¿Por qué acudiste a la Policía y no viniste a mí primero?”. El plano continúa hasta que Bonasera le susurra al oído a Vito Corleone su petición; entonces aparece en primer plano el rostro inexpugnable de Marlon Brando. A nadie le quedan dudas: son los primeros segundos de una de las mayores interpretaciones en la historia del cine.

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