CULTURA

Osvaldo Pugliese, un estilo inconfundible

Dirigió una de las mejores orquestas de tango de todos los tiempos. Un artista de ejemplar modestia, gran coherencia ideológica y profundo sentido del trabajo.

Nació en la calle Canning 392 del barrio  de Villa Crespo el 2 de diciembre de  1905. Era un pésimo alumno, un repetidor crónico que se rateaba compulsivamente. Tenía 14 años y todavía iba a la escuela primaria. Un día, cansado o avergonzado porque sus compañeros fueran mucho menores que él, decidió dejar el colegio. Empezó a trabajar en una imprenta. Fue aprendiz de una joyería y luego de una carpintería. Empezó tocando el violín de oído, acompañando las melodías que escuchaba en la radio. Después, con los ahorros familiares, su padre le compró un piano. Él soñaba con que su hijo pudiera ser lo que él nunca pudo: un pianista de  primera línea, un concertista. Pero la lucha por la vida obligó a Osvaldo, tanto como a sus dos hermanos, a trabajar fuerte para ganar el sustento familiar.

El primer trabajo que Osvaldo Pugliese tuvo como músico, profesionalmente, fue a los 15 años, en el Café de la Chancha. Fue bautizado así por los parroquianos por el poco aseo que presentaba tanto el lugar como su dueño, un local que estaba en Godoy Cruz y Rivera, hoy  Córdoba. Tocaba en un trío, él al piano junto a un bandoneonista y un violinista.  Le pagaban cuatro pesos por día, un verdadero dineral para las arcas familiares. Actuaba desde las seis de la tarde hasta la una de la mañana. Se levantaba temprano para estudiar piano, aprovechaba todo el tiempo que se lo permitían las changas que tenía que hacer durante el día.

Compuso su primer tema a los quince años. Era un tango al que su padre le puso nombre, lo llamó Primera categoría. Nunca lo grabó.  Cuando Pedro Maffia se fue de la orquesta de Julio De Caro le pidió a Osvaldo Pugliese que se incorporara a su sexteto. Así empezó a jugar en las ligas mayores. Diez años después formaría su propia orquesta. En su primera agrupación tendría dos bandoneonistas que pasarían a la historia: Ciriaco Ortiz y Aníbal “Pichuco” Troilo.

Una de sus creaciones más reconocidas es La yumba, un tango sostenido en un ritmo repetido, de gran empuje. “La yumba no nace preconcebidamente.  Fue una experiencia adquirida a través de  tantos años de trabajo y como un feroz deseo: hacer el tango que a mí más me gusta.  Después van a venir, en la misma línea los otros dos mencionados. La razón del  nombre es onomatopéyica, por el compás que repite yum-bá yum-bá”, explicaba.  Escribió ese tango en el 48 y lo estrenó  en el Picadilly. Trabajaba en el cabaret Ocean cuando lo fueron a ver para pedirle inaugurar ese lugar, que sería uno de los teatros más importantes de la época, en calle Corrientes y Paraná. En la inauguración también estrenó otros dos clásicos de su repertorio: Negracha y Malandraca.

Su maravillosa orquesta

Pugliese siempre estuvo atento a interpretar el gusto y la sensibilidad populares. “Por ejemplo, si nosotros orquestábamos, arreglábamos algún tema, lo ensayábamos, lo estrenábamos y lo tocábamos una, dos, tres veces y veíamos que no caminaba, chau, lo sacábamos. Al público hay que darle lo que acepta y puede absorber. Hay muchísimas cosas que están muy bien articuladas, muy bien escritas y que sin embargo no pasa ni medio. Recién ahora yo  puedo tocar un tango como A Evaristo  Carrlego: si eso lo hubiéramos hecho en el 40, nos sacaban de la pista con ametralladoras. Y es la misma gente, pero ha habido un cambio en la sensibilidad”, explicaba.

La Orquesta de Pugliese se caracterizaba por los arreglos, la unidad entre poesía y música, la fuerza de la orquestación y la riqueza interpretativa, todo lo cual generaba una relación directa con el público. “No había intermediaciones de ninguna especie. Uno iba, escribía un tango, se lo metía aquí, en el bolsillo de adentro del saco, después cachaba el primer tranvía y lo tocaba con el trío, con el cuarteto. Si era o no un éxito después lo decidía la gente. Así fue que traspasamos fronteras”, contaba.

En 1985, para festejar sus 80 años, fue invitado a tocar al lugar donde su público siempre le reclamaba que fuera: ¡Al Colón!. Murió el 25 de julio de 1995. “Siempre mencionamos a Pugliese”, dice León Gieco en una de sus canciones. Es sabido en el ambiente musical que nombrar a Osvaldo Pugliese trae buena suerte.

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