En 1987, el actor de Mientras estés conmigo mantuvo una charla con el escritor estadounidense a propósito del estreno de la película conocida en nuestro país como Mariposas de la noche, cuyo guion es del propio Bukowski.
El encuentro fue en California. El poeta alemán que a los tres años fue llevado a los Estados Unidos tenía entonces 67 años. Ya no iba a los bares, había estado en demasiados. Pero seguía tomando. Mucho. “Todo mi trabajo creativo lo hago mientras estoy intoxicado. Incluso con las mujeres, ya sabes… Siempre he sido reticente durante el sexo, y el alcohol me ha permitido ser más libre sexualmente. Es un alivio porque básicamente soy una persona tímida e introvertida, y el alcohol me permite ser este héroe que atraviesa el espacio y el tiempo, haciendo todas estas cosas atrevidas”,dijo Bukowski en aquella entrevista.
La casa estaba llena de gatos. Estaba convencido de que, cuanto más gatos tuviera, más tiempo viviría. Se llevaba mejor con los gatos que con las mujeres: “Piensan que soy un misógino, pero no es verdad. Son puras habladurías. Seguro hago que las mujeres se vean mal a veces, pero hago lo mismo con los hombres. Incluso yo me veo mal. Si realmente pensara que algo es malo, diría que es malo, hombre, mujer, niño o perro. Las mujeres son tan sensibles, piensan que me las agarro con ellas. Ese es su problema”.
Era un escritor que se había metido en muchos problemas. Los buscaba. Los problemas venden libros. Pero finalmente escribía para él. Luego de dar una larga pitada a su cigarrillo, le dijo a Sean Penn: “Es como esto. La pitada es para mí, la ceniza es para el cenicero. Eso es publicar”.
Incorporó a su poesía el punto de vista de los obreros sobre la vida, los gritos de sus esposas que los esperan cuando regresan del trabajo. Las realidades básicas de la existencia. Pero no le gustaba que se le acercaran sus lectores: “Es bueno que les gusten mis libros y todo eso, pero no soy un libro, ¿ves? Soy el tipo que lo escribió, pero no los quiero a ellos echándome rosas o cualquier cosa. Quiero que me dejen respirar”.
Le gustaba el papel de duro, seguir siendo ese joven que se peleaba en callejones oscuros. “Expulsar la energía con honor”, llamaba a esas bravuconadas. Cuando Sean Penn lo fue a ver, solo asestaba golpes con las palabras. Mordía con delectación las uvas agrias del cinismo: “El cinismo es la debilidad que evita que nos ajustemos a lo que ocurre en el momento. Sí, el cinismo es definitivamente una debilidad, igual que el optimismo. La verdad vive en algún lugar entre los dos”.
La última pregunta que el actor le hizo al poeta era cómo se sentía al ser entrevistado: “Es como estar atrapado en una esquina. Es embarazoso. Por eso, no siempre digo toda la verdad. Me gusta jugar y burlarme un poco. Así que doy algo de información falsa por el gusto de entretener y eso. Así que si quieren saber de mí, nunca lean una entrevista. Ignoren esta también”.