De árabes a criollos: la historia del truco, un juego eterno

Espadas, bastos, oros, copas... Favorito rioplatense entre los juegos de naipes, su origen se remonta hasta el mundo árabe, pasa por la península española y se extiende hasta nuestras playas.

En un cuento de El Aleph, un personaje de Borges se pierde en la madrugada porteña del siglo pasado. “En la esquina de Chile y Tacuarí vi un almacén abierto”, dice el relato. “En aquel almacén, para mi desdicha, tres hombres jugaban al truco”.

Como prueba Borges, la historia del truco –truco gallo, en este caso– está mezclada indisolublemente con la historia popular argentina. Desde los colonos españoles hasta las pulperías criollas, pasando por las playas donde, cada verano, miles de jugadores se desafían en una partida.

De acuerdo a los naipes del siglo XV descubiertos en el Palacio Topkapi, la baraja española proviene de la baraja otomana: cuatro palos, tres figuras, diez números. En su viaje hacia las manos del pueblo español, su iconografía se adaptó a las costumbres de la Europa Occidental. Así, el “taco de polo” devino en “basto”, aparecieron figuras como la sota (representación del paje, ese joven hidalgo al servicio del noble) y la espada dejó su forma curva de alfanje en favor de una recta. Todo parece indicar que el truco, de la misma manera, tiene origen árabe.

La etimología proviene de la palabra “truk” o “truch”, y designa todos los ardides necesarios para su juego. Una leyenda cifra el origen de sus reglas en un pequeño robo. Decididos a jugar a la guerra, unos niños moros tomaron la baraja de sus mayores y quitaron reyes, caballos y sotas para recortarlos y usarlos como figuras andantes. El as de oros quedó cifrado como símbolo y el de copas fue el premio. Molestos ante la imposibilidad de jugar una partida de brisca, los mayores tomaron ese mazo diezmado y desarrollaron las primeras reglas del truk.

Conocido como “joc de truc” en Valencia, el juego viajó a Sudamérica con las oleadas de migrantes. Así, de la misma manera en que se juega en Baleares o Cuenca, se extendió en pulperías y asentamientos coloniales de Argentina, el Uruguay, sur de Chile y el estado brasileño de Rio Grande do Sul. En Murcia, por ejemplo, tiene sus propios valores y se conoce como “truque”. Y también en Galicia, donde, se sospecha, desembarcó con aquellos migrantes de regreso.

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