cultura

El árbol que lloraba frente al Observatorio

A comienzos del siglo 20 fue noticia que un eucalipto derramaba lágrimas y lamentos frente al Planetario recién construido.

Interés General

14/12/2020 - 00:00hs

En noviembre de 1883 comenzó a construirse el Observatorio Astronómico de La Plata, en el Paseo del Bosque. El proyecto estuvo a cargo de Pedro Benoit y fue una adaptación del estilo neorrenacentista alemán, con cúpulas giratorias y 26 metros de altura, que permiten la observación de los fenómenos celestes. Se habilitó en 1888. El primer director del Planetario fue Francisco Beuf, quien había desempeñado funciones similares en Francia. De París llegó el equipamiento, siendo la última adquisición importante el telescopio Gran Ecuatorial Gautier, el más grande del Hemisferio Sur.

Entre los logros más reconocidos se cuenta el descubrimiento de estrellas y cometas. El descubrimiento de un asteroide en 1924 por parte del astrónomo Johannes Franz Hartmann –el mismo lleva su nombre– fue realizado en el Observatorio platense durante la estancia del científico alemán en Argentina.

A principios del siglo 20, la zona del Observatorio fue profusamente visitada, no por la belleza arquitectónica de la construcción, ni por una imprevista pasión astronómica que hubiera asaltado repentinamente a los habitantes de La Plata, sino por un árbol que lloraba frente al Observatorio.

Unos paseantes fueron los primeros en advertirlo. Un eucalipto, frente al Observatorio, parecía llorar. No solo eran gotas que garuaban desde sus ramas, sino que escucharon, claramente, “el hipar y los quejidos de alguien que llora”. La curiosa información fue ratificada por numerosos testigos.

Así nació la historia que los medios de la época bautizaron como el “árbol del llanto”, un prodigio que cientos de visitantes se empeñaban en considerar realidad, quizá para que la magia no estuviera desterrada de sus previsibles existencias. Se convirtió en lugar de peregrinación. Indiferentes al “milagro”, los caballos del cuidador del Bosque se rascaban el lomo contra el tronco, o ramoneaban las hojas de las ramas bajas. Más profanos aun, algunos enamorados inscribieron sus nombres en el tronco. Y no faltó quien cortó pedazos de ramas para llevársela, atribuyéndole propiedades paranormales.

Esta tarde vi llover

Que caiga agua de los árboles no es algo que escape a la explicación científica. En ciertos barrios de Buenos Aires ocurre algo que sorprende a los transeúntes desprevenidos. De los arboles caen gotas, aunque el cielo esté azul como recién cepillado. Es “el llanto de las tipas”. Un fenómeno que ocurre cuando un insecto –coloquialmente llamado “chicharrita de la espuma”–pincha la hoja y bebe la savia. La savia que no absorben, la excretan y forma una espuma que, cuando toma suficiente volumen, cae y moja. Un fenómeno que comienza a fines de octubre y se extiende hasta los primeros días de diciembre.

Pero “el árbol del llanto” era un caso distinto. El fenómeno no admitía explicaciones científicas, más bien parecía obedecer a razones sentimentales. Todo mito tiene una historia de origen; este árbol del Observatorio no es la excepción. La historia es incomprobable, pero hay quien le concede sólido crédito. Un soldado, Eduardo Basco, herido de amor, utilizó la rama más sólida del árbol para acabar con su vida. A la sombra de ese árbol se habían besado, supieron de la felicidad de encontrarse y soñar juntos, sin sospechar entonces que una infidelidad desencadenaría una tragedia. Y una leyenda. El árbol no encontró otra manera de expresar su tristeza que haciendo llover sus lágrimas de árbol. Desde que echó a rodar la historia, los enamorados consideraban de mal agüero besarse bajo esas ramas.

El cuidador del Bosque, Santiago Bottaro, empalagado de tanto sentimentalismo, harto de tanto curioso que concurría a destrozar la tranquilidad del lugar, una mañana tomó la determinación drástica de acabar de cuajo con la leyenda: cortó las ramas del árbol en las que el viento silbaba algo parecido a la tristeza, y de cuya frondosa copa siempre la humedad se escurría en gotas. Como vemos, la estirpe de “los refutadores de leyenda” es muy anterior a Alejandro Dolina.

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