La escritora platense Natalia Brandi y su nuevo libro

Murmullos en alguna ciudad es el título de la segunda de sus novelas, que refleja la vida dentro de la administración pública.

Es una novela en la que se retrata con mucha vividez la vida dentro de la administración pública, y es que, como tantos platenses, Natalia Brandi ­trabajó allí durante muchos años.

“Me llamaban mucho la atención las distintas personas que habitábamos ese espacio. Hay estudiantes, hay artistas, hay futuros profesionales que vieron truncas sus carreras, hay amas de casa y políticos. En una época en donde ya no nos mezclamos en el barrio o en la escuela, donde los barrios cerrados, las prepagas, los colegios nos mantienen en nichos observando siempre a nuestros semejantes, la oficina pública es uno de los últimos lugares donde coincidimos distintas personas por distintos motivos. Podés tener de compañero a un filósofo que lee por horas en la mesa de entrada y con el que podés conversar cómo si estuvieras en la época helénica, y tenés al lado a otro que levanta quiniela y te tira las promos del hipermercado. Es un espacio alucinante para hacer literatura. Tenés la ficción casi servida”, dijo Brandi, en diálogo con diario Hoy.

—El primer libro que recuerda haber leído es Mujercitas. Proviene de una familia italiana que la rodeó tempranamente de libros.

—Desde Moravia hasta Natalia Ginzburg. Pero mi gran descubrimiento del hambre que sentís por comerte una biblioteca entera lo hice en mi primer taller de narrativa, que daba la profesora María Marta Bibiloni (mi madre literaria). En ese espacio anidé mi pasión por la lectura y se me abrió la cabeza a autores que forman los cimientos de mi persona. Virginia Woolf, Clarice Lispector, Mario Levrero, Griselda Gambaro, Antonio Dal Masetto, Silvina Ocam­po, y tantos y tantos. Fueron las lecturas y fue la certeza de que para ser yo misma y formarme como persona necesitaba leer todo lo que estuviera a mi alcance.

—También hizo un taller literario con el escritor platense Leopoldo Brizuela.

—Leopoldo Brizuela fue un maestro, con todo lo que implica esa palabra. Aprendía a leer a Flannery ­O’Connor y a amar a Chéjov. Me acercó las lecturas que abrevaban mi búsqueda como escritora. Me ayudó a formarme, a tomarme este oficio en serio. Me hablaba, me enseñaba, yo anotaba; me corregía, me traía libros y después me decía: “Ahora andá y escribí”.

Natalia escribe con la impensada compañía de la música. La música de Babasónicos atraviesa toda la novela, y evalúa la posibilidad de hacer llegar la novela a su cantante, Adrián Dárgelos, quien se muestra como un gran lector y publicó un libro de poemas.

“Suele sucederme que, sin que me dé cuenta, me encuentro escribiendo y cada tanto tarareo algo. Así pasó con Babasónicos, además de que es una de mis bandas favoritas. En medio de la novela, fue casi la playlist que me acompañó mientras la escribía. Me pareció que venía muy bien ese kitsch boleresco de algunos de sus temas para construir el devenir emocional de la protagonista”, cuenta Natalia.

—En la novela hay un forastero que lo trastoca todo: el deseo. Vidas que parecen diseñadas para transcurrir al margen del deseo, y que de pronto estallan cuando detona el deseo. El deseo como horizonte al que nunca se llega, pero sin el cual ningún andar tiene sentido. ¿La literatura tiene en tu vida esa fuerza disruptiva?

—Sí, absolutamente. La literatura para mí es el intento infructuoso por llegar a ese lugar, a ese estado en el que adquiere, por un instante, sentido el existir. Es un constante devenir de ponerle palabras al deseo que atraviesa el cuerpo.

—Durante un tiempo, bajo el nombre de “Entreactos”, llevó adelante la experiencia de un taller de arte en la Sala de Hemodiálisis del Hospital de Niños, junto a una artista ­plástica.

—Mientras los chicos estaban conectados a la máquina que les hacía diálisis, en esas varias horas ociosas que tenían que estar sentados en un sillón con una vía puesta en el brazo, aterrizábamos con arcilla, óleos, libros, lápiz, papel. Hicimos marionetas, escribimos el guion de la obra, hicimos el teatro y la escenografía. Escribimos mitos, inventamos adivinanzas. Fue tan maravilloso que recuerdo la muestra del Islas Malvinas, que nos reunió a las familias, a los enfermeros, a los médicos y a los chicos, que por un rato dejaron de ser pacientes y fueron artistas.

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