Argentina lideró el consumo digital en pandemia
De acuerdo a un estudio latinoamericano, los argentinos fueron los que más horas dedicaron a la navegación mediante smartphones, tablets y computadoras.
El literato y viajero inglés exploró la Argentina para ambientar una de sus novelas, y en el camino visitó nuestra ciudad.
23/02/2021 - 00:00hs
Bruce Chatwin tenía una gran capacidad de observación. Esa fue la virtud que más valoró la compañía de subastas Sotheby's, cuando lo contrató en 1958. Llegó a ser el director de la compañía. Pero ese sentido visual que tenía afilado como un bisturí se fue deteriorando, precisamente por los minuciosos análisis de las piezas artísticas que permanentemente debía hacer. En 1966 dejó su trabajo para dedicarse al estudio de la Arqueología y, sobre todo, a la que sería su pasión más persistente: la literatura.
Su telegrama de renuncia a Sotheby's decía: “Me fui a la Patagonia”. En el Sur de nuestro país vivía uno de sus primos, y con ese auxilio pudo reconstruir cómo se instaló y desarrolló en Argentina la colonia galesa que arribó en el siglo diecinueve.
En la Patagonia fue su primer libro, publicado a los 37 años; y marcaría el arranque de una obra que tendría como eje los relatos de viajes. Africa, Australia, Gales, el Peloponeso, Praga, fueron algunos de los escenarios en los que transcurrían sus historias de ficción ambientadas en lugares a los que el autor había visitado y explorado exhaustivamente a fin de reconstruirlos al detalle y con veracidad, con un estilo despojado y dinámico.
Era un viajero impenitente y alguna vez dijo: “Eres lo que te sucede. Mi religión es caminar. Si caminas mucho es probable que no necesites ningún otro Dios”.
Hacia finales de los ochenta contrajo el sida, enfermedad que pretendió ocultar, diciendo que se había infectado por aspirar un hongo en China, en una visita clandestina que hizo a la recámara subterránea donde se hallaron los milenarios soldados de terracota imperial. Acompañado solo por su esposa, murió en Niza, a los 48 años. Post mortem, se dio a conocer una selección de escritos que se editaron bajo el nombre de ¿Qué hago yo aquí? Su obra consta de siete libros de viajes y algunos ensayos.
Dijo alguna vez Juan Forn: “Yo empecé a leer a Chatwin tarde y por la puerta de atrás: por su primer libro de piezas sueltas, el formidable ¿Qué hago yo aquí? , que se publicó póstumo en 1989 pero él se había encargado de ordenar y corregir en sus últimos meses de vida. Se suele considerar menores a esa clase de libros.“Miscelánea”, les dicen mezquinamente en el gremio editorial y el periodístico. A mí me voló la cabeza precisamente por su variedad asombrosa”.
Era un viajero que desconfiaba de otros viajeros, aunque fueran tan ilustres como Charles Darwin. Cuando el famoso naturalista inglés estuvo en Tierra del Fuego, creyó ver en los indios yámanas el eslabón perdido entre los humanos y los primates.
Escribió entonces Chatwin: “He leído de punta a punta el único diccionario yagán que existe y puedo dar fe de que sus hablantes usaban tantas palabras como usó Shakespeare en sus obras”. Por si caben dudas, agrega: “Los yámanas se llamaban así a sí mismos porque yámana en yagán significa vivir, respirar, recuperarse de la enfermedad, estar en sus cabales”.
En su viaje a nuestro país -a mediados de la década del setenta- hizo una visita a nuestra ciudad, quería conocer el Museo.
Así lo cuenta él: “Tomé el tren a la ciudad de La Plata para visitar el mejor museo de historia natural de América del Sur.(…) La Plata es una ciudad universitaria. La mayoría de las leyendas en las paredes eran reliquias del mayo del 68 local, pero otras eran insólitas: Isabel Perón o muerte, Si Evita estuviera viva sería una montonera, ¡Muerte a los piratas ingleses! o El mejor intelectual es el intelectual muerto. Un paseo de árboles me llevó junto a una estatua de Benito Juárez, que dejé atrás, hasta llegar a la escalinata del museo.
Los colores nacionales argentinos, el azul y blanco, flameaban en el asta, pero un despliegue rojo de adhesiones a Guevara cubría la fachada clásica y el pavimento, amenazando con ocultar todo el edificio. Un muchacho con los brazos cruzados me dijo: El museo de Ciencias Naturales está cerrado por diversos motivos. Un indígena peruano que había viajado especialmente desde Lima para visitarlo se paseaba con aire deprimido. Los dos logramos avergonzarlo al punto que nos permitiera entrar”.