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Vicente Pincén protagonizó en La Pampa el enfrentamiento de los pueblos originarios contra la invasión de quienes se quedaron con sus tierras
16/06/2022 - 00:00hs
El cacique Pincén fue el héroe de la resistencia pampa a la llamada Conquista del Desierto. Curioso: las tierras habitadas por los pobladores originarios de este suelo eran llamadas “desierto”. Cuando el general Julio Argentino Roca asumió como ministro de Guerra, se propuso aniquilar a los aborígenes por medio de la guerra: “Tenemos seis mil soldados armados con los últimos inventos modernos de la guerra, para oponerlos a dos mil indios que no tienen otra defensa que la dispersión ni otras armas que la lanza primitiva”.
El comandante Manuel Prado, que formaba parte del ejército roquista, describió cómo eran las expediciones militares contra las tolderías: “En cuanto el trompa da la señal de ataque, la fuerza se desbanda, se fracciona, y ya solo, cada soldado, o asociado a dos o tres, se lanza en procura de algún toldo, de alguna tropilla, en persecución de un indio que huye o de una familia que se oculta en la espesura. Era aquello una confusión de todos los diablos”.
Araucanos y mapuches en el sur, ranqueles en el oeste, pampas en la llanura bonaerense, fueron exterminados o despojados de sus tierras ancestrales. La tribu pampa fue la más indómita, la que enfrentó con más coraje a los fusiles Remington. Se concentraban en lo que hoy constituyen las poblaciones de Cura Malal, Pigüé, Puan, Carhué, Guaminí y Trenque Lauquen, a lo largo de la llamada Zanja de Alsina, ese plan del gobierno centralista porteño de extender la línea de frontera hacia el sur de la provincia de Buenos Aires, levantando poblados y fortines.
El último baluarte de aquella resistencia fue un hombre blanco, hijo de padre indio y de madre criolla cautiva, llamado Vicente Pincén. Su primer grupo de combate fue de 25 lanceros y algunas mujeres, su coraje hizo que su liderazgo creciera hasta alcanzar una tropa a su mando de 1.500 guerreros. A diferencia de otros caciques –Calfucurá, Coliqueo y Catriel–, nunca vistió chaqueta militar, orgullosamente siempre lucía un poncho pampa. El coronel Conrado Toro Villegas, a cargo del Regimiento de Caballería n° 3, capturó a Pincén en su propia toldería, la noche del 11 de noviembre de 1878, luego de un combate que duró nueve días. Había algo personal en ese enfrentamiento. El coronel Villegas sostenía que para vencer a la tribu de Pincén sus hombres debían estar muy bien montados. Eligió 600 caballos blancos, a los que se cuidaba y alimentaba mejor que a los soldados. En la noche del 18 de octubre de 1877, un grupo de indios comandado por Pincén robó los caballos del campamento militar.
El cacique fue puesto preso en la isla Martín García, y el 6 de mayo de 1882 desde allí le envió una carta a Villegas, quien ya había ascendido a general, en la que le contaba que se encontraba enfermo y con sus hijos ciegos como consecuencia de la viruela: “Yo, mi general amigo, estoy más para morir, pueden pedir un informe al médico, yo me siento morir alver mis hijos tan gesgracsiados y que no pueda yo darles ni un pan. En fin, mi general, si se es padre sabrá aserse cargo lo que sufro. Si consigue mi liverta, tiene un esclavo mientras viva”. Firmó la carta como José Pincén, nombre que había adoptado por el cura José Birot, un sacerdote que ayudaba a los indios en la isla. Villegas le concedió la libertad. Nadie conoce el destino final de Pincén, ya que sus restos nunca fueron encontrados.
Algunos de los recuerdos de ese legendario cacique aborigen perduraron gracias a su nieta, Martina Pincén de Chuquelén, que vivió en Trenque Lauquen hasta bien avanzada la década del 70, quien decía: “Cuando los huincas metían contra los toldos, Pincén tenía un caballo muy bueno, indio también, y sabía sentir el olor del gringo y bufaba. Entonces el abuelo ya sabía que venían atacando los toldos. Y ellos creyeron que haciendo la zanja los indios se iban a caer todos ahí asustados por el pozo y que los iban a poder matar a todos. Eso es lo que ellos creían. Pero los indios la llenaban muchas veces de troncos de yaguama y de ovejas y pasaban igual por la zanja. Eran buenos guerreros, había costumbre”.