cultura

El violinista de los montes

Sixto Palavecino fue un campesino santiagueño que descubrió en la música una manera de defender su identidad.

Interés General

20/12/2025 - 00:00hs

Con la compañía inseparable de su violín sachero dibujó en sus obras al monte que lo vio crecer, sus colores, su naturaleza, sus costumbres y mitos. No había muchas cosas allí: ni luz eléctrica, ni escuela, ni médicos. Tampoco había dinero: no se usaba. En la ciudad, las familias tenían un hijo cura y otro militar. En el monte tenían músicos. A él le dio por el violín.

Para León Gieco, la figura de Sixto Palavecino va más allá de su música. "Sixto hace esas cosas, no perdió el tiempo. Es un tipo sabio", afirmó en un reportaje. El cassette, llamado "Violinisto y santiagueño", se convirtió en uno de los favoritos de Gieco en los años ochenta, en un momento crucial de su carrera. Por su parte, Sixto desde chico quiso las cosas nativas y, a propósito de su amigo León, decía: “Me preguntan que tiene que ver todo eso con León Gieco. Ese chico quiere nuestras cosas, hacer conocer a la juventud lo nativo. Ha hecho hasta un chamamé y grabó con Tarragó Ros, Dino Saluzzi y Mercedes. Se ve que tiene buenas intenciones, que quiere que los jóvenes se identifiquen como argentinos”.

Nació en el campo de Barracas, en Salavina, en medio de nativistas. En el campo era músico obligado – como tantos- de los rezables y casamientos. Su abuelo, José Martín Palavecino, falleció a los ciento veinte años. A los diez tocaba la guitarra y cantaba a su manera, en la zona donde se había criado. “El violín, por ejemplo, lo he llegado a querer en mi pago porque si en una casa había tres hermanos, pues había tres violines”, aseguraba Sixto.

Ni la afinación le habían enseñado: aprendió solamente escuchando. De una tabla de mesa de su madre, que era de algarrobo, hizo su primer violín. La cortó en dos partes y la cavó hasta hacer el hueco de la caja de resonancia. En ese momento su madre lo descubrió y quiso quemarle el violín. “¡No te voy a dejar, músico calavera, tísico!”, le gritaba en quechua. El niño se largó llorando, sin que supiera que era su tabla de mesay lo llevó al monte donde baldeaba los pozos de la haciendo y andaban las majadas, y lo dejó en el hueco de un quebrado añoso. Desde entonces, cada vez que iba con las cabras lo tocaba, de ida y vuelta, haciendo sólo chacareras y gatos.

El "quichua santiagueño" es un dialecto vulnerable del quechua sureño que se habla en la provincia de Santiago del Estero. De los 27 departamentos de Santiago del Estero, 14 de ellos son quechuahablantes. “Salvo la gente – decía Sixto- que ya ha salido, ha venido aquí (Buenos Aires) y a otras ciudades. Esa gente quchuísta no quería hablar, les daba vergüenza porque antes hasta los mismos maestros no lo permitían. No hablen quechua, decían, es habla de indios”. Su permanente defensa de su lengua lo llevó a concretar un proyecto en el que trabajó durante ocho años: la traducción del español al quichua del poema de José Hernández: Martín Fierro. La versión completa, editada en los años 1990 y 2007, contó con la colaboración tecnológica del lingüista evangelista Donald Burns. La reedición de 2007 fue bilingüe, en panalfabeto, respetando la rima y la métrica originales y se distribuyó en las escuelas de Santiago del Estero.

Cada vez que arribaba a un nuevo destino, Don Sixto sembraba nuevos vínculos y los humanizaba. Era hombre de tiempo largo. La ciudad no le cabía, ni el éxito, de tan grande que era su sencillez. De allí que pocas veces lo ha tentado la televisión y pocas veces se lo pudo ver en los medios: “En pueblos como Santiago, nos conocemos, nos conversamos. Aquí, el ritmo de vida no tiene en cuenta a nadie, como la majada, a los pechazos, nomás. Mucho menos me gusta en invierno. […] Uno se conforma con lo que tiene, puede vivir más o menos cómodo. No pretendemos lujo ni confort. Gracias a Dios tengo mucha gente aquí y nos estimamos aunque no seamos conocidos. Entre la gente campesina somos hermanos, nos queremos”.

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