Elbia Marechal, musa y compañera
Su apellido era Rosbaco, pero decidió tomar el apellido del amor de su vida, el escritor Leopoldo Marechal, quien la celebró en muchos de sus textos.
Elbiamor, así la llamaba Leopoldo Marechal en sus poemas y en la dedicatoria de El Banquete de Severo Arcángelo. Ella, orgullosa de nuevo bautismo, lo blandió en su libro Poemas de Elbiamor. Era una mujer bajita y delgada (cuando se casó, pesaba 39 kilos), con “cara de anteojos”, como ella solía decir. Tenía el pelo muy corto y rubio, manos delicadas, voz pastosa y dulce, y ojos grandes y pardos. Le gustaba vestir conjuntos de saco y pantalón, pañuelo al cuello, las pestañas postizas y anillos grandes.
Conoció a Leopoldo Marechal cuando él era profesor de Literatura. “Con este hombre me voy a casar”, le dijo a su compañera de banco. Fue una profecía certera, se casaron pocos años después. Él era mucho mayor que ella: “Yo lo estudiaba como escritor. De ahí mi gran admiración. La gran diferencia de edad entre Leopoldo y yo (casi 30 años) jamás ha sido un obstáculo para nuestra felicidad”. Cuando Elbia lo vio por primera vez, su actitud fue de una gran timidez y respeto. En ese momento, él ya era un escritor conocido. Elbiamor no creía haber influido directamente en la obra de Marechal: “Salvo por la paz que le di en el hogar”. Ella pasaba en una máquina de escritor todos los manuscritos de él y era su primera y más vivaz lectora.
Fuero veinte años de un muy unido matrimonio. Después del golpe de 1955 que derrocó al peronismo, Leopoldo Marechal quedó cesante del Ministerio de Educación como director de Enseñanza Artística y pasó a convertirse —tal como él mismo se llamó— en el “poeta depuesto”. A partir de allí, la mirada política de Marechal se volvió sombría, pensaba que el país no tenía arreglo. Quedó sin amigos, salvo algunos pocos, verdaderos e inseparables —Abelardo Castillo, Ernesto Sábato, Liliana Heker, Horacio Salas y un muy exiguo etcétera—. Su comprometida identificación con el peronismo hizo que muchos que antes le celebraran después le dieran vuelta la cara. Se refugió en la fe, en la literatura y, sobre todo, en el amor.
Leopoldo Marechal no creía en los curas, pero sí en Dios. Era un hombre profundamente religioso, poseído por el fervor de los Evangelios. Tenía la seguridad de que su alma trascendería en otra vida. Iba al encuentro de Dios en las iglesias marginales, despojadas de todo lujo, y no en las catedrales donde la feligresía se enceguece con el boato y “la riqueza dilapidada en ornamentaciones”.
Elbia sintió que Leopoldo fue su Pigmalión. Él la formó totalmente y ella se adhirió a esa forma con todas las fuerzas de su corazón. Luego de que él muriera el 26 de junio de 1970, muchas frases de él quedaron rondándole en la memoria. Una de ellas: “Nada importa mucho, excepto el mal que se pueda inferir al prójimo”.
Nunca olvidaría la manera en que su marido se prodigaba con la gente más humilde. Recordaba que, cuando iban juntos al mercado, todos los vendedores le pedían autógrafo. Era un escritor popular, aunque sus libros solo fueran leídos por algunos.
Por las mañanas, tomaban mate en la calabaza que les había regalado el Che Guevara, cuando Leopoldo Marechal fue invitado a Cuba para ser jurado del Premio de Casa de las Américas, y creyó ver en esa isla la realización del Evangelio, tal como lo escribió en una nota que sería censurada por un famoso semanario de la época.
A los pocos días de la muerte de Leopoldo Marechal, Elbia declaró “quisiera enterrarme hoy mismo y unirme a él. Eso es todo lo que quiero”. Pero tuvo la fortaleza de continuar, para mantener viva la memoria de uno de los mayores escritores argentinos, cuyo nombre llevó un Ateneo Cultural creado en nuestra ciudad y del cual Elbia Marechal fue madrina. En un artículo publicado póstumamente, Marechal escribió: “Y sostengo ahora que la virtud del justicialismo fue la de convertir una masa numeral en un pueblo esencial, hecho asombroso que muchos no entienden aún y cuya intelección será indispensable a los que deseen explicar el justicialismo en sus ulterioridades inmediatas y mediatas, o a los que pregunten por qué, desde 1955, nuestro país es ingobernable”.