cultura

Entrevista a Álvaro García Linera

Fue vicepresidente del gobierno de Evo Morales. Acaba de publicar un libro que confirma su talla de intelectual, que pone sobre el tapete los grandes temas de debate político.

La comunidad ilusoria es el título de un libro, que es una reflexión sobre el Estado, lo público, lo común, la protesta ciudadana y la esperanza en tiempos de incertidumbre mundial. Material valioso para rumiar en una época erizada de dificultades y desafíos. Álvaro García Linera sintetiza al fino intelectual y al hombre de Estado, lo que da una gran riqueza a sus palabras.

Escribir libros como La comunidad ilusoria tiene algo de optimista, porque invitar a pensar es una manera de decir que no todo está perdido, que aunque parezca tardísimo aun estamos a tiempo.

Ciertamente, una de las hipótesis del libro es que estamos atravesando un momento singular, pero recurrente en la larga historia de las sociedades. Le hemos denominado un momento de tiempo liminal, que tiene que ver con el fin de una serie de relatos, y de una manera de organizar la vida económica de las sociedades contemporáneas, y la ausencia de un sustituto. Esto puede durar décadas. Es un momento muy complicado, porque las viejas certidumbres se evaporan, se diluyen en el aire. Entonces nos invade el desasosiego y la incertidumbre. Son momentos en que más pronto o más tarde van a dar lugar a un nuevo sistema de creencias.

–¿Cómo llegamos a este momento que está viviendo Latinoamérica?

–América Latina fue el lugar geográfico del mundo donde estalló de manera adelantada lo que luego iba a suceder a nivel mundial. Se llevaron adelante una serie de transformaciones, aplicando políticas económicas híbridas, redistribuyendo la riqueza para volver a cohesionar a las personas, nacionalizando ciertas empresas, implementando programas sociales para mejorar la calidad de vida de la gente más humilde. El mundo, mientras eso sucedía, seguía bailando al ritmo del neoliberalismo. Pero en América Latina, y en Argentina, estas reformas adelantadas cumplieron un ciclo y tuvieron que resistir un entorno adverso. Se distribuyó riqueza, pero no se produjo nueva riqueza para darle sostenibilidad, es decir, cambiamos el uso del excedente para mayor justicia social, pero no cambiamos la manera de producir el excedente para que esa redistribución sea sostenible independientemente de la montaña rusa de los precios internacionales de las mercancías que exportamos.

–¿Qué mirada tiene sobre el proceso electoral argentino?

–Va a ser fundamental lograr ser creído en la propuesta de mejorar las condiciones de vida, cambiar las expectativas y la trayectoria aspiracional.

Se está dando, por un lado, en América Latina, y en Argentina en particular, la emergencia de propuestas ultraconservadoras que le proponen a la ciudadanía lo que el progresismo no ha podido solucionar, afirmando que se va a solucionar regresando a esas políticas fósiles de los años noventa: un mercado libre y una contracción del Estado hasta reducirlo al mínimo. Por el otro lado, un progresismo que ha cumplido con relativo éxito sus primeras reformas, pero que ahora está en el tránsito a la necesidad de unas reformas de segunda generación que tienen que ver con la producción que permitan sostener en el tiempo políticas de justicia social.

–¿Quièn ha trabajado mejor sus propuestas?

–Las fuerzas conservadoras. El progresismo, muy tardíamente está intentando reaccionar para plantear a su población certidumbre en torno a sus angustias. Yo creo que va a ser decisivo para Argentina quién tiene la propuesta más creíble, más rápida de resolver la inflación. La inflación es una angustia que recorre el día a día de las personas. Cada vez que uno mete la mano en el bolsillo y saca dinero para cualquier compra, ese dinero se diluye como agua. Quien

convenza a las personas de que ese dinero no se va a diluir como el agua o el humo, es el que va a tener más opciones de poder llevarse la adhesión social.

–¿No alcanza con el recuerdo de lo ya hecho?

–Desde mi punto de vista, no alcanza el recuerdo de las buenas cosas que se hicieron, suficiente para lograr la confianza y capturar la expectativa de las personas. Se requiere audacia. La derecha la está teniendo: hay una derecha autoritaria, anti democrática, pero audaz, concreta, práctica. Y del lado del progresismo, nunca es tarde, tenemos que tener la capacidad de transitar de este estupor a propuestas que vayan a los problemas directos de la gente.

–¿Qué caracterización harías de Cristina Fernández?

–Es una líder carismática, en el sentido weberiano del término.Una persona que surgió en un momento de debacle social y que, en su momento, junto con el presidente Néstor Kirchner tenían un horizonte a donde llevar a su sociedad. Alguien con una irrefrenable voluntad de poder de mando y decisión. Y con la patria en el corazón.

–¿Podés compartir alguna anécdota de tu trato con ella?

–Me tocó venir muchas veces para resolver los temas del gas que Bolivia exporta a la Argentina. A mí, me dio la talla de lo que era Cristina cuando, sentados en su despacho, ella y el ministro de economía estaban hablando de cómo iban a ser los pagos y los volúmenes. Y antes que se fuera el ministro, lo detuvo para preguntarle: “Oye, ¿y qué es de las becas para esos jóvenes de Río Cuarto?”. Tenía en su mente el mundo macro de la economía, de las reservas internacionales y de los volúmenes de gas, y también el detalle de cuatro becas para una población alejada de Buenos Aires, que estaban en su cabeza.

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