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Entrevista a Martín Caparrós

Escritor prolífico de mirada aguda y lengua punzante, acaba de publicar un libro que pasa revista a los grandes temas y personajes de estos tiempos.

Basta repasar algunos de los premios que obtuvo –Rey de España, Planeta, Herralde, Kónex de Platino, Premio Itaca a la Trayectoria Periodística, y Ortega y Gasset-, para calibrar el reconocimiento internacional merecido por este narrador y cronista, que lleva más de una treintena de libros publicados, el último de los cuales, El Mundo Entonces, es una mezcla de análisis de la realidad mundial y manual de historia escrito en el futuro.

—¿La palabra desigualdad es la que tiene más fuerza para describir esta época?

—No sé si es la que tiene más fuerza, pero en todo caso sí es la que mejor describe - aunque no nos guste- la época que vivimos. Quiero decir: nunca hubo estos niveles de desigualdad que hay ahora. Como situación global, que haya quinientos tipos que tengan la misma riqueza que cuatro mil millones, no había existido nunca. Vivimos en dos mundos muy distintos. Nosotros, pese a todo, somos privilegiados: comemos todos los días, tenemos agua, luz, un techo, cierto acceso a la salud y demás. Eso nos hace olvidar que hay miles de millones de personas que no lo tienen.

—Señal de que la desigualdad pesa mucho en la realidad pero no en la conciencia de los gobernantes.

—Hacen mucho por la pobreza, en realidad, pero para mantenerla. Justo estaba leyendo un material sobre los impuestos en España, que es un país relativamente civilizado en muchos aspectos, con un estado de bienestar que más o menos funciona, y me llamó la atención un dato: la enorme mayoría de los inspectores de Hacienda -que son los que controlan los impuestos-, trabajan sobre la clase media. Mientras que las grandes fortunas pagan, en general, entre 4% y 5% de impuestos, cualquiera de nosotros paga el 35% o 40%. Los ricos tienen ejércitos de gente dedicadas a que paguen menos impuestos y cuentan también con la benevolencia del estado.

—Sin la ayuda de los Estados eso no podría ocurrir.

—Una de las cosas sobre las que insisto en el libro es que, justamente, esta desigualdad tiene que ver con que los Estados ya no están en condiciones de ejercer su poder sobre las grandes multinacionales. En Europa, todas las grandes tecnológicas están basadas en Irlanda porque Irlanda es el lugar que menos impuestos cobra. Y todos los demás países se la tienen que bancar. En nuestros países los Estados no controlan a las grandes riquezas, y lo que me parecía muy curioso fue ver hace algunos días que nuestro señor presidente, en lugar de ir a ver a otro presidente- o sea, hacer una visita de Estado- fue a encontrarse con uno de los dueños de una de las corporaciones más poderosas del mundo. Estaba poniendo en escena este nuevo mundo: ya no son los estados a los que hay que acudir para conseguir ciertas ventajas mutuas, sino a los hipermillonarios.

—¿Qué semblanza harías de Milei?

—Me parece un disparate. Pero bueno, 15 millones de compatriotas lo votaron, ellos sabrán por qué lo hicieron y se harán cargo evidentemente. A mí me parece inverosímil que se elija como presidente a un señor que estaría mejor en un psiquiátrico, pero habrá que empezar a suponer que todo el país es un manicomio.

—En el libro hay muchas consideraciones generales, datos duros, pero también hay historias personales, ¿son todas reales?

—Todas. Lo que se me ocurrió es que valía la pena hacer un mix entre gente muy conocida y gente desconocida. Y que entre esos dos grupos le iban a dar mucha más carne al relato: ya no era sólo un análisis y una cantidad de datos, sino personas. Entonces, de la gente muy conocida busqué información en medios, internet, libros etc.; y la gente desconocida son todas personas que fui entrevistando a lo largo de los años y que, quizás en algunos casos, aparecieron en algún texto anterior.

—Impresiona el caso de una chica de Mongolia.

—Esa chica mongola la encontré en el año 2007, en una época en la que trabajaba para Naciones Unidas, y me mandaron a los lugares más raros del mundo. Uno de esos lugares fue Mongolia; tengo hasta fotos en la casa de esta familia en el medio de la estepa . Decir casa, además, es un error porque lo que tienen son carpas redondas, como de circo -obviamente, más chicas-, y allí es donde viven. Son nómades, van siguiendo los pastos con sus rebaños, se quedan unas semanas, hasta que sus rebaños se comen todo lo que hay. Es el único lugar del mundo que yo conozco donde no hay caminos. Nosotros fuimos desde la capital, Ulán Bator, en una camioneta que tenían los de las Naciones Unidas y no ibas por ningún camino: Ibas por una especie de planicie y veías que a trescientos metros venía uno en dirección contrario y a doscientos metros para el otro lado había uno que iba en diagonal. De pronto aparecía un rio y había que cruzarlo con la camioneta porque no había puentes tampoco. Un lugar muy raro.

—Lo que impresiona es que la chica, en medio de ese páramo inacabable, tenía el deseo de aprender a leer.

—Sí, de algún modo había entendido que eso le podía servir para mejorar sus condiciones de vida. De hecho, la historia termina contando cómo aprender a leer la ayudó a consultar el precio de la lana y cobrarla a un precio justo, y evitar que la siguieran engañando. A propósito, esa lana es la mejor del mundo. Desde entonces tengo un pullover que lo uso todo el tiempo, que no pesa nada y te abriga cómodamente.

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